Soñar no cuesta nada. ¿O sí?
Columna de José Marcelo
“¿Otra vez (¡qué es esto, cielos!) /Queréis que sueñe grandezas /que ha de deshacer el tiempo? […] Y pues sé /que toda esta vida es sueño”.
Estas palabras de Segismundo, el personaje de La vida es sueño, nos recuerda que, si anhelamos cosas grandes, están bien que las deseemos, pero, teniendo siempre presente que la vida es efímera.
Quiero hablaros de ese otro soñar, que es dialogar con el alma. Como, acertadamente, nos dice María Zambrano en su libro Los sueños y el tiempo: “No existiría el soñar si la vida no fuese inicialmente sueño. Si no viniésemos del sueño y si vivir no fuese ir despertándose (…) No fuese un despertar, no poder sufrir el simple sueño, el sueño mortal”.
La vida se nos es dada, ofrecida para transitarla como un camino y con un tiempo que no nos pertenece; es el tiempo quien nos posee. Es absurdo, si lo pensamos bien, cuando hablamos de que no tenemos tiempo. Es verdad. Si fuese así, nosotros dueños del tiempo, lo manipularíamos a nuestro antojo. Como María Zambrano prosigue diciéndonos: “En el hombre se da un conflicto -de esencia trágica- entre su vida y él como sujeto de ella porque no la posee totalmente, porque apenas la posee y peligra siempre ser poseído por ella”.
La vida se nos presenta como sueño, como un viaje mágico, en el cual el viajero anda a la vez preso y errante. Cuando dormimos y soñamos, el tiempo no existe. Es en el estado del sueño cuando nos enfrentamos a nosotros mismos, sin máscara alguna. Desaparece la persona, aparece la criatura humana queriendo encontrar respuesta de su origen. Pero, no podemos preguntar, porque eso supone despertar al tiempo de la vida. Así nos lo dice María Zambrano: “Dormir es regresar. Volver a la situación prenatal (…) Y así, la caída en el sueño sería como volver al lugar fundamental de la vida, al lugar inicial de la vida”.
Todo nuestro afán de posesión material, de vanidad, de cubrirnos con máscaras para representar distintos personajes en la vida… Pero en el sueño desaparecen esas máscaras, o se presentan como fantasmas, como conflictos. Así nos lo explica María Zambrano: “El ‘Yo’ es arrastrado en un lugar que no es reposo ni movimiento, es un lugar extraño. En ese lugar es la muerte para el ‘Yo’ (…) Todo sueño es movimiento profesional de imágenes del pasado, de escenas que olvidan o representan a conflictos habidos ya. Que los sueños no pasan, se desvanecen; no caen en el pasado, como los acontecimientos vividos en la vigilia. Porque coinciden con la atemporalidad, van más allá de la temporalidad”. Continúa diciéndonos: “La verdad viene a nuestro encuentro en sueños (…) Como verdad pura. Como verdad sin sujeto. (…) Que llega más allá de los confines de la tierra conocida (…) Indeleble, sin relación con nada. Fuera de la memoria y del olvido. (…) Porque el dintel entre la vida y la muerte son los sueños”.
Y al despertar no recordamos nada, o quizás recordamos algo, afectado por la emotividad o por alguna oscura alusión que encierra el contenido del sueño. Pero hay que tener presente, que los sueños son parte integrante de la vida de la persona; son las oscuras raíces de su sustancia.
Dependerá de lo que hagamos con nuestra vida, de cómo nos conduciremos por ella, para crear esos fantasmas o evitarlos. Estos fantasmas están ahí, ocultos en lo profundo de nuestro ser, y forman parte de esa intrahistoria particular de cada uno, de la que nos habla D. Miguel de Unamuno.
¿Quién no ha tenido la sensación de que nuestra vida es el sueño de alguien, que, verdaderamente, nos sueña? Soñar no cuesta nada ¿o sí?