Canción de primavera

Columna de Margarita García-Galán

Con su voz “de lija y café”, Sabina canta una canción de primavera. “Buenas noches, primavera, bienvenida al mes de abril...”. La oigo mientras siento su presencia a través de mi ventana; tras los cristales, llueve, y la mañana húmeda y gris se pasea por las calles mojadas, por donde vienen y van personas sin nombre que esconden su rostro bajo el paraguas. Veo un árbol luciendo orgulloso su verde nuevo, y algunos pájaros revolotear por los tejados buscando su nido de siempre. Pienso que es verdad que cada vez son menos; el cambiante paisaje urbano y la contaminación afecta a estas especies mermando sus colonias. Menos estorninos, me­nos gorriones, menos ven­cejos... Lástima. Me encantaba mirar el espeso ajetreo de sus alas anunciando la llegada de primaveras pasadas, llenando el aire con el sonido armónico de sus trinos alegres. 

Menos árboles, menos pájaros, más calor, menos lluvia... La primavera cambia. En realidad todo cambia, también nuestra forma de verla y de sentirla. Quizá todos tengamos una canción de primavera escondida entre recuerdos, en una calle, en una playa, en un jazmín o en un cerezo en flor. Mi canción se pasea por el esplendor de un jardín lejano al que vuelvo de vez en cuando. Allí, entre rosas y petunias se quedaron algunos versos palpitantes, que me atreví a escribir subyugada por el embrujo de un tiempo hermoso donde florecían, a cada paso, las emociones. Los versos, tímidos versos, nacían a golpe de impulso, apenas sin querer; las musas eran cualquier cosa: una mañana de sol, una tarde de lluvia, una noche sin sueño... La primavera me envolvía con su policromado tapiz manejando a su antojo el timón de mi estado de ánimo; a veces reía por nada, a veces lloraba por todo. Y me abandonaba al estallido floral de aquel jardín primero donde aprendí que es hermoso reír entre amigos, que no todo es de color de rosa, que crecer cuesta, que el amor duele. Esa  canción me acompaña aún a través del tiempo, un tiempo inmisericorde que avanza inexorablemente cambiando las vidas y los paisajes. 

“Otoñales van mis años por el río Guadalquivir...”, sigue cantando Sabina con su voz de otoño. Abril se asoma a mi ventana con un día lluvioso y un toque de nostalgia; lo veo llegar con mis otoñales ojos y el ánimo oscilante. La primavera se presume revuelta entre la floración de las gramíneas y los discursos políticos, que también causan alergia. Mucha palabrería,  mucha promesa imposible, mucha ambigüedad en el mensaje. Partidos cada vez más divididos y líderes que se estrenan con arengas infumables. Avanzar, retroceder..., ese es el dilema. La primavera electoral me confunde con mensajes machacones que lo inundan todo. Votar... ¿a quién? Oigo las distintas voces intentando bucear en el mar revuelto  de sus propuestas, pero me canso de nadar contra corriente y vuelvo al sosiego de mi orilla utópica. No es real, pero es hermosa. Sabina acompaña mi escepticismo con su voz ronca, que se pasea por mi desconcierto con acordes libres, musicando los versos de poeta de la calle curtido al sol y al aire de lo cotidiano. “Buenas noches, primavera, sin bandera ni carnet...”.

El mes de abril aparece con su florido programa adornando reivindicaciones de pueblos olvidados, propaganda electoral y pregones de Semana Santa. Las torrijas, henchidas de miel, invitando a pecar desde los escaparates, y el Papa hablando desde el corazón en una entrevista valiente, nada encorsetada, que levantará ampollas entre los puristas. Feminismo, impuestos a la iglesia, homosexualidad, refugiados... “El mundo se olvidó de llorar”, dijo casi llorando. Sorprendentes respuestas de un Papa nada convencional que decía más cuando callaba. A veces, los silencios son mucho más elocuentes.

Bienvenida, primavera. Te recibo con los versos de un ‘pendejo’ otoñal con voz de lija y café. Te dejo su música y mis puertas abiertas, para que lo inundes todo con tu renacer.

Bienvenida, novia de poetas. Bienvenida al mes de abril.