Guitarras en el claustro

Columna de Margarita García-Galán

Volvieron a sonar en directo. Volvió su música a llenar el aire en los cálidos ano­che­ce­res de julio de Vélez-Málaga. En la 'Ciudad de la Cultura', en el hermoso patio del Claustro de San Francisco, se celebraba el XXX Festival Internacional de Guitarra 'Ciudad de Vélez-Málaga'. Después de un durísimo año de pandemia, que silenció las voces de tantos, volvía la música en vivo de un prestigioso evento que cuenta desde hace  años con un público fiel.

Hermosamente iluminada su arcada mudéjar, el claus­tro recién restaurado lucía el nuevo color arenisca de sus paredes. Alrededor de la fuente callada, las sillas blancas, dispuestas para un aforo reducido, esperaban a un público expectante, im­paciente, encantado de vol­ver a oír esas guitarras del mundo que suenan tan bien en veleños lugares con encanto. Los cuatro árboles de las esquinas del patio lucían  sus flores blancas, la fuente sin agua guardaba silencio y la algarabía de los omnipresentes vencejos lle­na­ba con su música de siem­pre el anochecer veleño. Con medidas de seguridad a la entrada, todo muy bien or­ganizado, el escenario esperaba impaciente a los artistas, de reconocido prestigio, que regalarían su música a la quietud del patio. Después de un tiempo tan difícil, que nos alejó  de la familia, de los amigos..., que nos frenó la vida y nos privó de tantas cosas, volver a estar entre la gente,  aun con la insólita estética de dis­tancia y mascarilla, oyendo en directo tan bue­nas músicas, era gra­­­ti­fi- cante, esperanzador... Sen­cillamente maravilloso. 

Inauguraban el festival la flauta de Arimany y la gui­ta­rra de Javier García Moreno, director del festival y uno de los mejores concertistas a nivel mundial, con un pre­cioso repertorio, mien­tras los vencejos, fieles a esta cita de anochecer, volaban al­re­de­dor rozando casi a los mú­sicos, sumando su fre­né­tica danza y su sinfonía inacabada al virtuosismo de los artistas.

La música y el baile, 'Cuerpo y Alma', se fundían el segundo día en un es­pec­táculo flamenco vibrante. La guitarra magnífica de Carlos Piñana, la percusión y los zapateados de la bailaora... El duende flamenco, el pe­llizco del cante y el baile en un todo estético en perfecta armonía con la belleza mudéjar del claustro.

La guitarra de Fernando Espí y el violín de García Egea clausuraban el festival con 'Músicas del mundo'. En un derroche de maestría, los músicos murcianos ponían el broche de oro a estos tres días de espléndidos con­cier­tos. Era hermoso estar allí, entre los arcos de ladrillo de un patio antiguo, con mucha  historia, que guarda en­tra­ña­bles recuerdos infantiles con sabor a escuela. Ine­vitable evocarlos mientras sonaba la 'Andaluza' de Granados; la música mecía el recuerdo de esos niños de ayer que aprendieron a leer en “el colegio de los frailes”, entre aquellas paredes del convento donde ahora se emocionaban con la música excelsa del violín y la guitarra.

Después de un año  lleno de tristeza y desasosiego, donde perdimos afectos y muchos instantes felices, afortunadamente, con pru­dencia todavía, vuelven esos lúdicos momentos de la normalidad que tanto añoramos: la música, los libros, los versos... Estar entre amigos, compartir emociones en lugares em­blemáticos, hermosa­men­te recuperados, como este claustro del convento de San Francisco, que guarda el latido del ayer y que acogió con su belleza mudéjar, su paz antigua y su coro de vencejos, un festival de guitarra que engrandece a Vélez-Málaga y es todo un lujo para los amantes de la música. ‘La Ciudad de la Cul­tura’ hace honor a su nom­bre con estos eventos magníficos.

Un privilegio poder estar, un año más, entre amigos, deleitándonos con la música de tan buenos músicos. Lástima de esas sillas vacías que guardan la ausencia de los que se fueron.