Por el camino abierto

Columna de Margarita García-Galán

“A pie y alegre, salgo al ca­mi­no abierto,  con salud, li­­­- bertad y el mundo por de­lante,  y una larga senda par- ­da ante mí, que me conducirá a donde quiera”.

Recordando a Walt Whit­man, recorro un camino de otoño que me lleva, entre penumbras de frondosos cas­taños, a un lugar en el tiempo. La senda verde, sal­picada de to­nalidades ocres, se abre ante mí con los co­lores dis­tin­tos de esas hojas amarillentas que palpitan en las ramas de los árboles, hasta que caen al suelo empujadas por una brisa húmeda que presiente la lluvia, y que airea los aromas que conozco bien. Camino des­pacio, pensando en lo gra­ti­ficante que es re­correr esa sen­da llena de recuerdos alegres, a pesar de las pin­ce­la­das de melancolía que en­vuelven la mañana de no­viembre que me acompaña. 

A mi lado pasan algunas per­sonas que conozco, cami­nantes habituales con los que suelo charlar de cosas in­tras­cendentes. “Parece que esta noche se mojarán las cas­ta­ñas”. El caminante me re­­­- ­­­­­­­cuerda una costumbre po­pular, la calbotá,  que llena de gente una plaza alrededor de unas lumbres donde se asan las castañas que se repartirán después entre limonadas y jotas típicas de las rondallas. Es una fiesta que recuerdo y que revivo mientras avanzo sin prisa por la larga senda que me lleva a donde quiero. Al pasado, que envejece con­mi­go sin remedio. Al pre­- sente, que disfruto con la in­tensidad del que ama pro­- fundamente la vida. Al futuro, que imagino en este camino de siempre, que seguirá co­bi­jando árboles, pájaros, co­- lores, aromas... Cobijando vi­das. Otras vidas, que seguirán paseando sin mí entre sus acogedoras penumbras, pen­sando, quizá, lo que pienso yo ahora. Ajenas al tiempo, a la levedad de la vida. 

Por el camino abierto sigo andando, a solas con mis pensamientos, y llego hasta la piedra grande que adorna una cruz. Dicen que allí apoyó su cansancio un santo, y las huellas de sus dedos que­da­ron plasmadas para siempre. Pongo mis manos en ellas, si­guiendo el ritual que aprendí de pequeña, cuando, de la mano de mi padre y con mi vestido nuevo, recorríamos “el camino verde que va a la ermita”. Cada año igual: la misma fe de mis mayores, el mismo desconcierto de mis pocos años, que crecía conmigo como crecían mis trenzas. La paz de aquel sendero me embarga todavía, tanto tiempo después, y sin saber realmente por qué, repito el ceremonial cada año. Camino entre los árboles, llego al Santuario y me siento ante esas otras cruces de piedra cargadas de historia y de recuerdos. Me distrae la ardilla que sube y baja, ner­viosa, por el robusto tronco de un árbol buscando nueces. Me mira, se para un instante y se deja fotografiar; parece que quiere inmortalizarse, salir en al foto que miraré muchas veces cuando esté lejos de aquel relajante si­lencio.

“La tierra se expande a derecha e izquierda…, cada rincón con sus mejores luces, la música que suena donde se desea...”.  El poeta canta al camino abierto. Al camino suyo, al camino mío, a cual­quier camino. A través de él llegamos a lugares recónditos que nos vieron vivir; a ignotos rincones que nos descubren bellezas nuevas. 

El camino dibuja paisajes que recor­damos, que frecuen­tamos o que añoramos; al margen de a dónde nos lleve, lo hermoso del camino es caminar. Ca­minar en otoño por senderos alfombrados de hojas muer­tas me invita a pensar. 

Al final de la senda me espera otra vez el silencio sacro. Subo los escalones de piedra y abro la puerta de madera de rancio sabor a historia; tras ella, más si­lencio, velas alumbrando y devotos rezando. El santo preside entre flores un mo­mento de paz. La fe de mis mayores sigue dentro, alum­brando mi memoria entre las velas del altar. 
Y salgo con mi desconcierto a buscar de nuevo la luz de la mañana, inestable y un poco gris.   Por el camino abierto vuelvo a casa, sintiendo el pálpito de las vidas que van y vienen. 

La ardilla sigue correteando por el tronco del árbol her­moso que extiende sus ramas acaparando la sombra, de­jando que se filtren las es­- padas de luz del tibio sol de noviembre.