La primavera en el pañuelo

Estaba sentada en la he­la­de­ría saboreando la tarde abrileña, disfrutando el ca­lor familiar y el sabor a ve­rano de su helado de pi­ño­nes. Encantadas de ver­nos, nos saludamos co­mo siempre, con la alegría y el desenfado de dos amigas que se aprecian realmente y han compartido momentos especiales. 

Ella es una persona entrañable, cariñosa, tra­ba­ja­dora, risueña... Una chica guapísima con un talante fuerte y animoso, y una mirada azul que transmite bondad y deja al aire la sencillez de su alma blanca. No es un secreto que le tengo un cariño especial, por ella misma y por ser la compañera de vida de alguien a quien admiro mucho. Ninguno de los dos sería lo mismo sin el otro; ellos se complementan, se adoran y forman una de las parejas más sólidas que conozco.

Siempre me alegro de verla, pero esta vez me gustó es­pe­cial­mente encontrarme con ella. Estaba como siempre: ri­sueña, cercana, cariñosa, vital. Sus ojos claros brillaban chis­peantes mientras charlábamos, y sin perder la sonrisa me di­jo que se encontraba muy bien. Lucía con desenfado un co­queto pañuelito en la cabeza que llevará por un tiempo, hasta que su preciosa melena vuelva a ondear al viento. “No quiero pelucas, prefiero  mis pañuelitos”. Y así estaba en la heladería, hermosa con su pañuelo de florecillas silvestres y su sonrisa im­penitente, poniendo la mejor cara a este tiempo difícil, a esas sombras que nos oscurecen la vida un día cualquiera. Pen­sé que ese pañuelo era la primavera, las florecillas rosadas po­nían color a lo gris y preparaban el ánimo para esa ex­plo­sión de vida que nos hará renacer. La primavera en el pañuelo es el anuncio de lo que está por llegar después del frío: el color, el calor, la alegría... La luz después de las sombras.

Me emocionó el encuentro con ella, siempre he sido un poco cobarde para estas cosas de la salud y admiro el talante de los que piensan en positivo sin dejarse llevar por el desánimo. A estas alturas de la vida, estoy aprendiendo que el ánimo es la mejor me­dicina para casi todo. Tener una vida plena también ayuda mucho, y ella tiene un entorno feliz: una casa con sol, llena de paz y de flores, donde crecen los libros abrazando muebles y paredes como una  fron­dosa hiedra que invita a respirar el oxígeno de su filosofía. Tiene una pacífica gata blanca que vive libre, paseando sin protocolos entre ordenadores, galeradas y editoriales de periódicos, ronroneando feliz sabiendo que es una más de la familia. Y tiene, la chica de los ojos claros, lo más importante de todo: un amor incondicional, alguien que la adora más allá del tiempo, por encima del bien y del mal. Ella es su musa omnipresente, a quien dedica sus sueños, sus versos, sus libros... “Para Inma, como todo”.

Hoy he querido escribir sobre ella porque entiendo que es bueno compartir sentimientos, airear actitudes valientes que son un ejemplo a seguir. Desde el cariño, me gustaría decirle a mi entrañable amiga que es un referente para los que aprendemos maneras de encarar las sombras de esta vida maravillosa que, a veces, nos pone a prueba oscureciendo los amaneceres. Pero el sol seguirá saliendo, abriéndose paso entre las nubes grises para seguir brillando, calentando nuestras vidas como siempre.

La primavera, querida amiga, brota a nuestro alrededor hermoseando el paisaje con su manto verde esperanza, llenando de florecillas nuevas los campos, los jardines, los balcones... y tu pañuelo. La primavera ha hecho causa común contigo y ha querido brotar en tu pañuelo sintiendo la fuerza de tu latido. Pero su policromía se te queda pequeña, chica de la mirada azul: ninguna flor, ningún color, ninguna luz podrá eclipsar el brillo hermoso de tus ojos claros. Sigue bebiéndote el aire, saboreando helados, regalándonos tu risa, amando sin medida, que no está sola tu alma. Sigue  alegrando la vida de aquel que te lo dedica todo.

Ninguna sombra apagará tu luz.