Salvad al camaleón

La señora nadaba despacio en el agua transparente de su pequeña piscina, dejándose llevar por la calma silenciosa, calurosa y aromática de la tarde julio. Rodeada de vistosas plantas de alegres colores y de un almendro frondoso que asomaba sus ramas hasta casi rozar el agua, ella nadaba tranquila, abandonada al sosiego y a la caricia fresca del agua. Su discreto chapoteo y algún fugaz trino de pájaros, eran su única compañía a esa hora de la tarde en que todo parece dormido. De pronto, algo en la trampilla de la piscina llamó su atención, y se acercó a mirar lo que parecía una rama amarillenta que apenas se movía con el vaivén del agua. Pero la rama no era una rama, era un  indefenso camaleón que se aferraba con fuerza, con su cola prensil y sus dedos de pinza, a la trampilla, para no ahogarse. El pequeño saurio miraba a un lado y a otro con sus peculiares ojos independientes, y su cuerpo de pigmentos crípticos presentaba su amarillo más claro. Sensible a un estado emocional de peligro, estaba pálido de miedo. La señora lo cogió con cuidado y lo puso en el suelo al calor del sol. Él se quedó quieto durante un momento pero, sintiendo que le habían salvado la vida, empezó a moverse con su singular paso lento hacia las ramas del frondoso almendro. Los ojos de su salvadora siguieron la marcha del animalillo hasta que, encaramado a una rama y superado el miedo, recuperaba el aliento y el tono vivo de su color amarillo. Y recuperaba, también, a su hembra, que lo esperaba impaciente luciendo los vistosos pigmentos de su color verde, que se fundían con el verde del árbol que cobijaba su tiempo de amor. Es, precisamente, en tiempo de celo, cuando están más expuestos; se vuelven erráticos buscando pareja, ajenos al peligro de carreteras y depredadores, y el amor les hace vulnerables.

La historia de este pequeño camaleón, al que unas manos sensibles salvaron la vida, me emocionó. Durante un tiempo fui testigo de su pausado ir y venir por el árbol de aquel hermoso jardín. Pasé muchos ratos mirando ensimismada las crestas óseas de su cabeza, sus ojos saltones, sus dedos de pinza, su cola prensil y esa lengua larga y pegagosa que utiliza con precisión para cazar. Siempre me gustó este animal milenario que abunda en la Axarquía entre olivos, almendros y viñedos. Me enternece su pequeña figura de pacífico dragón, y saber que está en situación muy precaria, en peligro de extinción. 

El pleno del Ayuntamiento de Vé­lez-Málaga ha aprobado impulsar el programa que garantiza la protección del camaleón común. Es una de esas noticias que refrescan el alma; una bocanada de aire fresco en medio de una atmósfera infecta de intereses creados, de política y políticos vi­­­ciados que a veces nos descorazonan.
Afortunadamente, aún quedan personas y colectivos sociales sensibles a la naturaleza, que trabajan, casi siempre con vientos desfavorables, para proteger la fauna y la flora de este mundo nuestro, que se nos desmorona de puro materialismo. El camaleón de la Axarquía tiene ahora más posibilidades de seguir viviendo sin sobresaltos entre almendros y olivares. Su especie estará estrictamente protegida para que siga pintando el paisaje con los colores cambiantes de su fascinante cuerpecillo milenario.

Salvad al camaleón. Que siga viviendo en paz en este paraíso axárquico que nos sigue enamorando; un entorno de privilegio que ha inspirado al veleño Evaristo Guerra a pintar, en el columbario de la Ermita de los Remedios, un particular paraíso donde, a golpe de pincel y fantasía, ha inmortalizado, entre otros animales autóctonos, al camaleón de la Axarquía. Allí, en un lugar de ensueño, lleno de aromas y colores únicos, vivirá para siempre. Verá pasar el tiempo mirando a la vez al pasado y al futuro con sus peculiares ojos. Y en las ramas floridas de almendros soñados, el Chamaeleo chamaeleon se aferrará con fuerza a la vida, paseando su inmortalidad por el tiempo. Con sus dedos de pinza, con su cola prensil, con su lengua tractil... Con su paso lento.