A veces llegan cartas...
El cartero, que siempre llama dos veces, ha venido a casa esta mañana. También estuvo ayer, pero yo estaba recorriendo las calles de Málaga, bebiéndome el sol del mediodía, tan aconsejable para el ánimo y para fijar la vitamina D. Dieta mediterránea, poca sal, poco azúcar y caminar al menos una hora diaria -dice mi médico-. Pasear es un placer sano, una eficaz medicina que no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios, salvo ese cansancio perezoso que te invita después a abandonarte en el sofá.
El cartero llamó dos veces y esta vez le abrí la puerta. Hace tiempo que ni me escriben ni escribo cartas; los contactos con mis amigos y afectos son ahora -trabajo me costó aceptarlo- on line. Reconocí al instante la letra, tan personal, de una mis amigas más queridas, aquella con la que estudiaba inglés y literatura mientras saboreábamos las naranjas murcianas que ella traía de su casa, seguramente las mejores que he comido nunca. La misma letra que llenaba las libretas de papel cuadriculado con mensajitos y corazones típicos de una adolescencia que irrumpía con fuerza en el ambiente colorista de la ciudad de los naranjos. Murcia, qué hermosa eres.
“Te mando un libro recién editado de un escritor murciano, Santiago Delgado, que habla de Salzillo. Sé que te gusta todo lo de Murcia...”. A veces llegan cartas que te devuelven a un tiempo florido y hermoso, como el abril murciano. Fue precisamente en abril, en la mañana del Viernes Santo, cuando me encontré con la belleza plástica de unas tallas hermosas que recorrían las calles que eran nuevas para mí. Son de Salzillo -me decían-, y yo miraba aquella impresionante Cena barroca, llena de viandas y vajillas de lujo, que levantaba el asombro a su paso. La mañana del viernes brillaba con el esplendor de Salzillo en las calles. La Oración del Huerto, con ese ángel “que nunca precisará de hablar para estar, más que nosotros, vivo”, como dice Santiago Delgado en su libro; la Verónica, la Dolorosa..., belleza barroca pasando entre aromas de incienso y azahar; entre “monas de Pascua” y empanadillas. La carta de mi amiga me lo recuerda todo: la luz, los olores, la gente... Mi corazón latía entonces a ritmo murciano, me envolvía la policromía de su primavera, la alegría de la huerta y el acento panocho de una gente acogedora que añoro todavía. El ceremonial, tan distinto a otros, de su Semana Santa, declarada de Interés Turístico, va y viene en mi memoria; las habas, los caramelos llenando las cinturas de los trajes cortos, tan peculiares, de los nazarenos... Fue todo un lujo ver esa estética en Málaga, en el otoño de 1996, cuando procesionaron una impresionante Piedad del genial imaginero murciano, que sus horquilleros mecieron con el paso malagueño en el Patio de los Naranjos. Estuve allí, entre la gente, recreándome en la estética distinta y el contraste de culturas. Un Salzillo entrando en la catedral... Málaga y Murcia hermanadas, haciendo causa común entre naranjos.
Pienso en ello en esta mañana de abril, casi veraniega, que me enseña los preparativos para un tiempo de procesiones que se vive intensamente en Málaga. La tribuna, cada vez más grande, se alza ya en la Plaza de la Constitución, ante las miradas curiosas de turistas que oyen atentos las explicaciones del guía junto al Pasaje de Chinitas, mientras toman un sol generoso y gratificante que se llevarán prendido en la piel como el más preciado souvenir de Málaga.
A veces llegan cartas que te traen recuerdos entrañables: procesiones que resaltan la belleza en la tragedia; el Puente viejo, Platería, Trapería, confidencias a la sombra del “árbol de la vida”, versos de amor en el libro donde reinaban los ojos claros de un príncipe azul... A veces llegan cartas con sabor a naranjas compartidas. Con aromas de huerta y de azahar.
A veces llegan cartas que te invitan a volver.