Viajeros del tiempo y del alma
Una peculiar estampa de Felipe II a lomos de la fantasía de un caballo singular, que mezcla lo clásico y lo moderno sin perder frescura ni romper la estética, entre flores, paisajes y monumentos, el pintor Antonio Hidalgo ilustra, a todo color, sobre el característico azul que identifica a esta colección, la portada del nuevo libro del historiador veleño Francisco Montoro, perteneciente a la colección ‘Reflexiones’ de Libros de la Axarquía. Viajeros en Vélez-Málaga nos invita a viajar por sus páginas para conocer lo que vieron y sintieron en distintas épocas los viajeros que llegaron alguna vez a este acogedor rincón de la Axarquía que nos ve vivir.
Dice el autor, que para ser considerado ‘viajero’, además de viajar, hay que relatar o escribir sobre los viajes. Y es precisamente eso lo que hacen los numerosos escritores que, a lo largo del tiempo, dejaron escritas sus impresiones sobre Vélez-Málaga. A través de ellas sabemos, por ejemplo, que, en el siglo XII, Al-Sacundi se quedó maravillado con sus higueras, “que contienen tanto fruto que su abundancia llega a cansar a las gentes”. Musulmanes, españoles, franceses, ingleses, americanos, rusos..., nos cuentan sus experiencias, aquello que llamó su atención al visitar esta tierra; cómo les impactó su paisaje, su gente, su cultura... Especialmente hermosa la descripción que sobre la caña de azúcar hace el científico alemán Emil Adolf Rossmässler: “Por fuera estaba seca y parecía madera, mientras que por dentro era vigorosa y jugosa”. (...) “Me sentí como un niño, ya que me encontraba en ese día señalado de mi vida, masticando en el campo donde había crecido caña de azúcar fresca”. Y en su libro Crónica de la conquista de Granada, Washington Irving describe así Vélez-Málaga: “Defendido por una cordillera de montañas, se extendía este delicioso valle hasta la ribera del mar, cuyos aires lo refrescaban, al paso que lo hacían fértil las aguas del río Vélez”.
Casi todos los viajeros de este libro coinciden en la bonanza del clima, la belleza del paisaje y la riqueza de la agricultura, y nos dejan en sus escritos una visión atrayente y positiva de la tierra veleña. “El camino recorría la orilla del mar. La noche nos sorprendió en el camino. Hacía una noche de luna caliente y aromática” -decía Vasili Petróvich Botkin-. Los ojos de los viajeros son esponjas que absorben las peculiaridades de los caminos. Se puede viajar en coche, en avión, en tren..., o leyendo libros como éste, que nos enseñan al detalle la diversidad del paisaje, las costumbres, la idiosincrasia de los pueblos. Es fácil ser ‘viajero’ en Vélez-Málaga, empaparse de una historia, una cultura y un entorno atrayente que te invita después a contarlo. Yo, que fui también viajera en Vélez hace ya mucho tiempo, comparto casi todo lo que sintieron los viajeros de este libro. El destino me trajo un día hasta aquí y me regaló el esplendor de un verano diferente. El viento del sur, la luz, el mar, la gente..., me ataron para siempre a esta tierra andaluza de sol omnipresente y perfumadas noches de largas lunas. Los vencejos, los almendros en flor, los jazmines, y el pálpito de un amor adolescente, me empujaron a quedarme. A anidar para siempre en el paisaje veleño, al calor de su gente y de su sol. Sentí, como Gerald Brenan, que “el propósito del viaje había sido conseguir el éxtasis -esa delicia de la que uno gozó cuando niño pero que perdió más tarde-, y allí estaba...”.
Francisco Montoro, apasionado e incansable viajero de la historia, nos ofrece en este precioso libro deliciosos relatos de gentes distintas que pasaron por aquí. Montoro, que nunca perdió el éxtasis por su tierra, lo ha escrito todo sobre ella, el ayer y el hoy de un pueblo que el historiador conoce y ama profundamente. Sus crónicas, rigurosas y contrastadas, lo hacen merecedor del anunciado nombramiento de cronista oficial de Vélez-Málaga. Se lo ha ganado a pulso este veleño entusiasta, viajero del tiempo y del alma.