Alfredo Zitarrosa, en el recuerdo

Columna de Miguel Segura

Transitaba 1986. Yo estampaba camisetas en un taller de serigrafía. El argentino, Carlos, uno de los compañeros, introducía a diario casetes en su reproductor para amenizar la jornada. Nos ofrecía música (su música) convencido de lo importante que eran aquellas voces, aquellos sones, también para los demás: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, su inseparable y venerada Mercedes Sosa. Can­ciones de su acervo, de su tierra natal y culturas colindantes: candombe, zamba, milonga...

Una tarde, al poner en marcha el re­productor, me sen­tí impulsado a detener el estampado. Lo que escuchaba era nuevo, diferente, con­mo­ve­dor. Era u­na de las voces cantoras de su predilección, nos de­cía. Lo en­tendí cuando se inundó la estancia con sus versos desnudos, su voz im­perativa, la ur­gencia por descorrer aquello que debía ser afrontado y cambiado por un más alto significado, acompañándose de su guitarra negra

Esa tarde, rodeado de montañas de prendas de algodón, oí los versos de Alfredo Zitarrosa, y sólo transcurrieron unos minutos para que ya reclamara a mi compañero una copia de aquella cinta: el ya emblemático álbum Guitarra negra. Adquirí en cuanto pude una cinta virgen de calidad y me la grabó en su reproductor de doble pletina. Aún conservo esa casete, aunque ahora sea posible oír esas canciones por otros medios.

Guitarra negra. Versos cantados o declamados. Urgidos de desolación y esperanza, como quien tiene la certeza de lo corta que es la vida que resta, a él y al mundo. Como los versos dirigidos a una tal Stéfanie: “...no hay dolor más atroz que ser feliz...”. “...Esta canción que pregunta por ti, que no ha dormido, es puro olvido, Stéfanie”.
Canciones del pueblo y para el pueblo. Comprometido con la vida y en lo social, esparce su poesía a los cuatro puntos cardinales, desde el corazón y desde el exilio que le impuso la dictadura de su país, Uru­guay, entre 1973 y 1985. Ya en 1971, su poesía em­pezó a ser censurada.

Pensamos que es de notoria actualidad el asunto de la ga­nadería intensiva y sus nefastas consecuencias me­dio­am­bientales, el do­lor que encubren. EL DOLOR. Pu­die­ra pa­recer que, al acompañar la música a la palabra, ésta quedaría desprovista de crudeza. No. Hasta las cuerdas de su guitarra parece que vibran padeciendo. Escu­chen Guitarra Negra. La descripción que Zitarrosa pone ante nuestros ojos del método infame del sacrificio de las reses en aquellos años en su país, del incomprensible dolor, del marrón, del marronero, del marronazo en la frente de la res, encajonada en el tubo, sin escapatoria posible, del dolor inconmensurable y esa clase de miedo que es imposible describir. Después, quedará la res colgando del gancho, con la piel fría y desnuda. Y un sello azul estampado en su carne sin vida: ‘FOR EXPORT DEL URUGUAY’.