Del cantar de los ángeles

Dice el saber popular que los ángeles no tienen sexo; y eso se corrobora en sus voces, cuando cantan, porque la música no sabe de géneros ni le importa.

Cuando la música que envuelve la palabra y penetra en el alma despertando, hechizando o sanando, la condición binaria se diluye y es como la semilla que rompe el duro asfalto para encontrarse con la luz; a diferencia de los discursos políticos, que son palabras sin música.

Ver juntos los términos música e industria siempre me produce escalofríos. ¿Cómo es posible mercadear con algo que es sustancia cósmica? Esta reflexión me lleva a la cosmovisión de los nativos americanos, que no entendían (ni aún entienden) cómo alguien puede ser propietario de un monte, de un bosque o de un desierto; también de una isla o una playa.

Voces de mujeres y de hombres que habitan la misma dimensión, con luz intensa. Voces con nombre propio que deben ser buscadas y oídas para que no se diluyan en el delirio humano; en las tempestades atronadoras del presente:

María Callas, Cesária Évora, Eva Cassidy o Janis Joplin, de desgarrada voz; todas ya ausentes; y Beth Hart, compositora y cantante de blues, que aún  impregna el aire con su potente canto. En la dimensión musical y poética masculina, los tenores sobradamente conocidos. Aunque algunos de ellos dejaron de recibir críticas creativas, prevalecen sus voces como sustancia inspiradora. Entre los llamados cantautores, Serrat, Sabina, Ismael Serrano... La lista es extensa. Pero quiero recordar a alguien que ya no está entre nosotros, el juglar Joan Baptista Humet. En su momento me sedujo su canción Que no soy yo, en la que hay una estrofa que todavía me conmueve: “...desde una noche en la que Dios quiso /comprometerme con el hechizo / de una canción...”. Que en el mismo fragmento poético aparezcan juntos los términos ‘Dios’ y ‘hechizo’, me llevó a creer que su pensamiento aludía a un poder ajeno a templos y sacerdotes, y por tanto, asunto de ángeles.

Véanse estas líneas como ejemplo diáfano de contraste con lo que nos está echando encima la industria de la música, y junto a ésta, algunos medios que, lejos de denunciarlo y protegernos de su toxicidad, le hacen publicidad gratuita (?). Es como una llaga abierta que se expande y en la que pone su dedo Jesús Aranda en su anterior columna de opinión, El perreo. Gracias, Jesús. Mas son necesarios mu­chos más dedos y voces para evitar la ‘gangrena’. Entre los Derechos Humanos Universales, debe estar el derecho a no ser intoxicados por eso que, en algunos entornos llaman nuevas tendencias, productos de usar y tirar. Tendencias con apariencia de inocente y juvenil diversidad en las que se cuelan de forma sigilosa intenciones oscuras, demasiado oscuras. 

Como se dice más arriba, la música es sustancia cósmica inherente al ser humano, al cielo, los océanos, al planeta todo, como el aire, el agua y la luz del sol. Es el escudo protector frente al afán invasivo de los demonios, que cada vez parecen más obcecados en convertir nuestro mundo en un territorio de batallas, enfangado, sanguinolento. 

Mas devienen nuevos ángeles con la sustancia de la música en la voz. El pasado jueves asistimos en Torre del Mar a la presentación del nuevo libro de Carlos Pérez Torres y con él, la voz de su hija. Extraordinario. 

Gracias.