Todo tiene un límite. Aunque se negara la evidencia en un principio -como ya vamos acostumbrándonos-, aunque los sindicatos no la hayan secundado, la huelga en el transporte, en el campo, en el mar, está provocando grandes perjuicios a los ciudadanos que, una vez más, asisten atónitos a una presión impositiva, energética y política que ha terminado por estallar con las lógicas consecuencias de falta de suministros, alimentos, etc.

No podemos pasar por alto contrariedades como la pandemia de covid, la invasión rusa de Ucrania y otros movimientos económicos, como la crisis económica de 2008, que un país poco preparado para afrontarlas como España ha sufrido, y sufre, igual o más que otros países de Occidente, pero en las respuestas a los desafíos es donde se mide la capacidad de una clase política más propicia a la confrontación entre siglas que a acometer las reformas necesarias o a afrontar los problemas reales de la población sufriente.

De la clase dirigente se espera no que adivine los problemas futuros, pero sí que encare con los problemas presentes. No todo puede ser achacado a la ‘ultraderecha’.