Tardes patéticas de poética

Atardecía en la calle Poeta Joaquín Lobato, y allá en lo alto, en la terraza de esa casa, sede de la Fundación Eugenio de la Torre, comenzaban a difuminarse las formas para dar paso al esplendor de la luna llena que se alzaba por encima de la torre franciscana y la ermita del cerro, testigos mudos de lo que estaba por comenzar, esa cita con la  música y las palabras en la que siempre hay invitados sorpresa.

Porque en las Tardes patéticas de poética, todo es posible, como lo fue el que a esa pequeña terraza acudieran Salvador Rueda, Antonio Machado, Lope de Vega,  Federico García Lorca, Constantino Cavafis, Oliveiro Girondo y Alda Merini. Todos ellos, desde ese otro lugar, quizás en la cara oculta de la luna que teníamos de frente, seguro que alentaban las voces de quienes recitaron y cantaron sus versos.

Iniciativas culturales hay muchas y todas son loables, pero cuando en un acto se integran rapsodas, poetas, músicos, cantantes, clubes de lectura y amantes de la palabra, sin más ánimo que participar y dar a conocer, bien sus creaciones, bien las de sus autores queridos, creo que podemos hablar de una auténtica fiesta cultural. Y eso se hace en Vélez-Málaga a iniciativa de Eduar­do Roberto, a quien también escuchamos; él, que casi nuca lee por ofrecer el micro a los demás, esa noche sí que lo hizo para estremecernos a todos. A mí, particularmente, me conmovió oírlo. Esa poesía suya era carne  y era llanto. Ese regreso suyo que me hizo recordar la canción de Joan Manuel Serrat, Vencidos, y que tanto he tarareado y con la que tanto me he identificado. Porque a todos nos han puesto piedras en el camino alguna vez, porque hemos batallado hasta quedar agotados y, como el quijote, hemos vuelto sobre nuestros pasos,  con nuestras magulladuras, implorando  tregua a la vida  en esos instantes en los que vivíamos en nuestro ser las desventuras del hidalgo manchego, y casi sin voz, pedíamos: Hazme un sitio en tu montura / caballero derrotado / hazme un sitio en tu montura / que yo también voy cargado de amargura / y no puedo batallar…

Sin embargo, ahí estaba la poesía, aquí está la poesía, ayudando siempre, ahí están las Palabras para Julia de Agustín Goytisolo: Tú ya no puedes volver atrás / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable / interminable…  Esa letanía que mañana y noche, he entonado para darme fuerzas.

Aquí está la poesía: intimista, combativa, mordaz, irónica, amorosa, blasfema, esquiva, pudorosa, maldita, festiva, medida, reflexionada, libre, desenfrenada, obscena, mística, humorística, heroica, cotidiana, llorada, reída, sentida, cantada, murmurada, pensada… "Poesía necesaria como el aire que respiro", dijo Celaya, porque si bien necesitamos del aire para vivir, no seríamos, o apenas seríamos personas si de la contemplación de cuanto nos rodea, y de nosotros mismos, no alcanzáramos a ver más allá y a poner en palabras esas experiencias; si no fuésemos capaces de emocionarnos con la vida biológica y animal, histórica y personal, sublime y vulgar.  Esta vida tan plena de sorpresas y contradicciones, tan tormentosa y apacible a la vez. Tan poética, y tan patética.  Esta vida de la que aprendemos sin saber a ciencia cierta qué, como bien dejó escrito San Juan de la Cruz: Este saber no sabiendo / es de tan alto poder /que los sabios arguyendo / jamás le pueden vencer; / que no llega su saber / a no entender entendiendo”.

Sin saber, o sabiendo, se cultiva cultura en las Tardes patéticas de poética, ese espacio que, una vez al mes, reúne en Vélez-Málaga a gentes dispares, plurales y múltiples, porque todo creador lleva a otros dentro de sí, y aunque todo parezca estar escrito y dicho, qué  fresco y reconfortante resulta oír una y otra vez hablar del amor, de la soledad, de la muerte, de las injusticias, de la heroicidad cotidiana que consiste en decir en voz alta, aquí estoy y os dejo mis poemas, mi música, mi ser.