Bookeron
Creo que, en la historia de la humanidad, no hay un objeto tan preciado y tan maltratado a la vez como el libro. Tan amado y tan perseguido.
Esa cosa rectangular, con tapas duras o blandas, con más o menos páginas, ilustrado o no, es receptáculo de las más variadas formas del conocimiento, del intelecto y de la sensibilidad humanas. Un objeto tan frágil y tan poderoso, tan valioso, y tan temible para muchos.
Si la escritura fue todo un salto evolutivo, el crear el dispositivo que dejara el pensamiento escrito fijado para el futuro, fue una verdadera revolución. Quien quiera saber de esta particular odisea, puede leer El infinito en un junco, un libro de libros en el que Irene Vallejo ha contado ese devenir histórico de la escritura, del libro y de las bibliotecas. Una historia no exenta de peligros, persecuciones, quemas o destrucciones masivas. Tanto, que cuesta imaginar que el legado cultural del que hoy gozamos y que los libros transmiten haya podido salvarse de tal expolio.
De la lectura, no hay quien niegue sus virtudes, a no ser aquellos que se identifiquen con ciertos personajes de nuestra universal novela, pues ya Cervantes quiso dejar patente la suerte que, por mor de la ignorancia, del amor mal entendido, o por simple malevolencia, pueden correr estas criaturas de papel: “Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa…”. Mucho sabía nuestro escritor de la intolerancia y de la incultura patrias; y con qué acierto, ironía y belleza lo dejó escrito.
A estas alturas, ya he dejado claro que soy una ferviente defensora de los libros, y una ‘hechizada’ lectora. Coger un libro y pasar la tarde leyendo, mientras escucho la música de fondo que Miguel pone en nuestro estudio, es sencillamente un gozo.
Por ello me admiran tanto las quijotescas iniciativas en pro del libro y la lectura que acometen algunas personas. Es el caso de la bibliotecaria de Benajarafe, Maite de la Cámara, quien con muchísima ilusión y ganas, al alba de un buen día, sin más medios que su imaginación y su amor por los libros, dio a presentar su hermoso y magnífico Bookeron: la construcción de un catálogo donde se recogiera todo cuanto se edita en la provincia malagueña. Un empeño audaz y necesario, originado en la Axarquía, que podría desembocar en una biblioteca especializada, y a la vez, espacio de eventos culturales con el fomento del libro y la lectura como objetivo central.
La organización de ferias del libro, encuentros y presentaciones literarias, clubs de lectura, y muchas otras actividades de animación lectora giran en torno a este proyecto que Maite lleva a cabo casi en solitario, con la ayuda de algunas personas tan convencidas como ella, y con el entusiasmo de los escritores que se acercan a dejar sus libros en el catálogo.
Sin embargo, de las administraciones, Bookeron sólo ha tenido promesas que no se han cumplido. Parece que los representantes políticos, encargados de administrar eso que llamamos cultura, se identifican más con eventos multitudinarios, así que los presupuestos para bibliotecas siempre han sido irrisorios. Una biblioteca no es levantar un edificio, es dotarlo de medios humanos y materiales necesarios para que cumpla su función, que no es otra que la de dinamizar culturalmente la población a la que pertenecen.
El proyecto Bookeron merece ser mimado presupuestariamente por el Ayuntamiento de Vélez Málaga y la Diputación Provincial. Es un proyecto del que, como malagueños, deberían sentirse orgullosos.
Yo estoy orgullosa de personas como Maite, y orgullosa de que el proyecto Bookeron sea tan de nuestra tierra, como el espetito de sardinas.