Salvador Rueda y los almendros en flor

Columna de Emilia García

Están los almendros en flor. Parece que  quisieran ser los primeros de entre los árboles en poner un toque de color a nuestros campos. Las laderas de las montañas se adornan  con sus flores blancas y rosadas. ¡El invierno vestido de primavera!

Pensar en los almendros me lleva a Salvador Rueda, nuestro entrañable poeta que, dejando su Benaque natal, partió para Málaga y después a Madrid, llevando los colores y los ritmos de la Axarquía en sus versos. Salvador Rueda, precursor del Modernismo en España, el poeta para quien la fuente de toda poesía se encontraba en la naturaleza y que cantaba al paisaje, al mundo animal y vegetal y a las fiestas populares, lo mismo que lo hacía a la fotografía, a los cables eléctricos, a las relaciones sexuales o denunciaba el maltrato y la corrupción política. Para mí siempre fue un enigma el por qué los libros de texto pasaban de puntillas sobre nuestro autor; como si para hablar del Modernismo sólo bastara Rubén Darío. Sin menoscabo para el nicaragüense, hoy me quedo con la poética de nuestro paisano, que, como dijo Alfonso Canales, “supo atesorar el sol, los montes, el mar y los jardines, los peces y las frutas, la sombra del emparrado y el agua fresca de la jarra”.

Creo que Rueda experimentaría algo similar a lo que yo experimento cuando to­mo la salida que desde la A7 permite el ac­­­ceso a mi pueblo, Vélez-Málaga. Siempre me conmueve y me deja una sombra de tris­teza. A la derecha, el azul del mar, una prolongación del cielo; y frente a nosotros, las sierras de Tejeda y Almijara, la imponente y rotunda Maroma, el pico del Lucero. Más cercanas a la vista, las lomas sua­­­­­­­­­­­ves con­­­­­­­­trastando con el celeste malva de las cumbres. Sobre esas laderas y lomas, que hace unas décadas despejaban y resaltaban el núcleo urbano, hoy tenemos un enjambre de construcciones diseminadas que, cuando menos, alertan de una pésima gestión paisajística. Es esto último la causa de la sombra, de la tristeza, de la impotencia.

Impotencia ante la pérdida de diversidad. Tristeza porque vamos diciendo adiós a lo que ha sido el  carácter  del paisaje axárquico. El monte y la vega, los frutos de secano y los de regadío, el mar y la montaña. En su lugar, en un futuro próximo puede que sólo tengamos ladrillo y monocultivo.

Dice Salvador Rueda en una de sus coplas: “Como el almendro florido/ has de ser con los rigores / si un rudo golpe recibes/ suelta una lluvia de flores”.

Dejo aquí mi marcapáginas sabiendo que, a veces, los rigores pueden ser tan fuertes que, cuando queramos reaccionar, ya no tengamos almendros, ni vega, ni montes, ni flores; y que los árboles, como  escribió Rueda, desaparezcan porque “los hombres desgarraron sus nidos y sus frondas,/ los hombres deshicieron sus ramas en pedazos,/los hombres les hirieron con piedras y con hondas,/los hombres les rompieron los troncos y los brazos”.