Cuando los pájaros cantan en su jaula
El pasado 5 de noviembre, Juan Segura daba a conocer en el Centro del Exilio de Vélez-Málaga su libro 99 haikus en el confinamiento, con la presentación del director de NOTICIAS 24, Francisco Gálvez, y la intervención de José Pino.
Un haiku es como un relámpago que rasga el cielo con su breve, pero poderosa presencia.
Un haiku escrito en el confinamiento es un pájaro enjaulado, al que si oímos con atención, no canta para deleite nuestro sino para llorar su propio tormento tras las rejas.
Si además el pájaro es el que crea el relámpago, tenemos ante nosotros unos hermosos versos salidos de lo más íntimo de Juan Segura.
Hay preguntas que se repiten año tras año cada vez que se acerca la fecha. ¿Dónde estabas el 11S? ¿Y el 11M? ¿Cómo te enteraste de la muerte de tal o cual personaje? Desde la primavera de 2020 hay otra pregunta que se añade a esa lista: ¿Cómo viviste el confinamiento?
Cada uno de nosotros lo hizo como mejor supo -y le dejaron hacerlo- en un impasse civil en una tierra que, pese a todos los inconvenientes, siempre fue capaz de sacar lo mejor de sí misma y que ahora se marchitaba bajo medidas que domeñaron nuestros derechos y libertades dictadas por un comité de expertos que nunca existió.
No se podía salir de noche, ni del municipio, saludad con el codo, poneos la mascarilla al aire libre, no veléis a los muertos, id al supermercado más cercano, usad guantes, fumigad jardines, guardad los tiques de compra, encerrad a los niños, el virus es como una gripe, saldremos más fuertes, no uséis mascarillas egoístas, cerrad las empresas, no vayáis a la playa ni solos, no os juntéis con nadie, perded los trabajos, aplaudid en los balcones, entonad el resistiré…
¿Qué hicimos para sobrellevar todo eso, incluida la desinformación permanente? Unos, los más afortunados, se agarraron a su familia, pudiendo pasar ese tiempo con ellos que la vida diaria, rápida y estresante, nos arrebata; otros, no tan afortunados, se tuvieron que conformar con llamadas, mensajes, vídeos, redes sociales…
Fueron horas en las que pasamos en algún momento por las mismas situaciones, los mismos momentos de soledad, de miedo, de angustia, de pesar, de incertidumbre… pero también todos tuvimos algunos momentos de alegría, de risas, de estar cerca sin poder estar juntos.
Esos sentimientos que nos embargaban, tan difíciles de describir, muchos necesitaban sacarlos fuera; necesitaban contarle al mundo, empezando por uno mismo, qué era lo que pasaba por su cabeza cada día al levantarse de la cama y volver a ver las mismas caras, los mismos gestos, las mismas ventanas, las mismas calles vacías… Día tras día, sin saber cómo ni cuándo terminaría aquello. Si es que terminaba.
Aquí, en la Axarquía, muchos han olvidado –o ignoran, simplemente- que es una tierra donde las desgracias se han cebado con saña desde siempre. Aquí hemos pasado sequías prolongadas, inundaciones que lo arrasaron todo a su paso, terremotos, invasiones militares, plagas que arruinaron las cosechas… y epidemias, como la fiebre amarilla que se llevó la mitad de la población y a otros tantos los empujó al exilio, como el cólera y muchas más que iban y venían. Y de todo eso salimos. No éramos los mejores, quizá ni siquiera entonces logramos apartar nuestras diferencias del todo, pero hay que ver cómo luchamos.
Y de entre ellos, de esos que se vieron de repente encerrados en la burbuja del confinamiento, esos versos sueltos, almas libres, pajarillos viendo el atardecer a través de los barrotes, emergieron los que dibujaban, los pintores, los músicos y los escritores y poetas como Juan, que expresaban en cuartillas el horror a través de su íntima sensibilidad.
Juan lo hizo de una bella manera: con poesía. Y no eligió un camino fácil para ello, eligió haikus, un tipo de poema japonés que, como explica muy bien en el prólogo de su libro, parecen sencillos a simple vista, pero no lo son.
¿Cómo condensar en tres líneas y diecisiete sílabas ese torrente de emociones? Tan poco espacio, ¡y tanto que decir!
Juan lo ha logrado. Ha sabido plasmar en esos hermosos versos, de una manera directa, sencilla y bella, lo que muchos de nosotros sentimos esos noventa y nueve días. Cómo nos sentimos al cerrar la puerta de nuestra casa, que unos segundos antes era nuestra guarida y que se acabó convirtiendo en nuestra prisión.
En tres líneas y diecisiete sílabas, Juan nos muestra cómo llegamos a perder la noción del tiempo, cómo deseamos ser pájaros, nubes, árboles, para vivir fuera de esa jaula en la que se convirtió nuestro hogar; el miedo que sentimos cuando nos enterábamos de que un amigo enfermaba; cómo todos, sin quejas ni reproches, aceptamos cerrar la puerta y no salir hasta que nos lo dijesen; cómo, para muchos, las agujas del reloj se detuvieron, pero con la esperanza de que todos esos sacrificios valían la pena, que nos ayudaba a seguir…
Juan muestra, en esos reducidos y maravillosos versos, cómo el desasosiego y la angustia nos atenazaba hora tras hora, haciendo que buscáramos la manera de sonreír, de vivir; esos sueños que, sin fecha, elegíamos para realizar junto a nuestros seres queridos…
Y el amor…
Juan vuelca en el libro la pasión, la ternura, el arrebato, la impaciencia por la espera...
Dice que es la primera vez que escribe este tipo de poesía, pero, ya os digo, que no lo parece. Leyendo sus cortos, pero intensos poemas, puedes llegar hasta su alma, puedes sentir lo que sintió al escribirlos, y lo que la poesía puede hacer al estremecer tu corazón.
En su obra El jardín de los cerezos, Chejov nos advierte de que el sentido de la vida es evitar las pequeñas frustraciones que nos impidan ser libres y felices. Hoy, Chejov sería feliz de tener este libro entre sus manos, para respirar el aroma inconfundible de la libertad a través de las emociones.
Voy a terminar dedicándole un haiku a quien nos ofrece esta maravilla literaria:
Juan el asceta
Triste la primavera
Alma poeta