Las tres puertas

Una vez leí un cuento en el que un joven discípulo decía a un sabio filósofo: Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando mal de ti.

Espera, le interrumpió el filósofo. ¿Ya hiciste pasar por las tres puertas lo que vas a contarme? ¿Qué tres puertas? Sí, la primera es la verdad ¿Estás seguro que es totalmente cierto lo que vas a decirme? No, lo oí comentar a unos vecinos. Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda puerta, la bondad. Lo que quieres decirme ¿es bueno para alguien? No, al contrario. Y la última puerta es la necesidad ¿es necesario que yo sepa lo que quieres contarme? No, no es necesario. Entonces, dijo el sabio sonriendo: “Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, mejor será olvidarlo para siempre”. ¡Qué bueno sería pensar siempre en las tres puertas antes de hablar!

Los chismes malintencionados, las verdades a medias, los eufemismos cobardes y la impostura, esa imputación falsa y maliciosa que no es más que un engaño, suelen tener apariencia de verdad y son, tristemente, utilizados en exceso en los tiempos que corren, tanto a nivel político como mediático y social. Por eso son tan peligrosos, porque deterioran nuestra convivencia, nos ponen de mal genio y no contribuyen a crear un clima de armonía y entendimiento social, tan necesario en la época de la posverdad, esa distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Algunos programas televisivos como el de TVE, precisamente titulado Las tres puertas,  pretenden recuperar el espíritu de programas clásicos donde la palabra ha sido el elemento vertebrador y que han sido escuela de grandes profesionales, como Julia Otero, el Loco de la Colina o Ángel Casas, y de referentes internacionales como los americanos The Oprah Conversation, con la popular comunicadora Oprah Winfrey y My next guest, con el veterano presentador David Letterman, donde tienen, como denominador común, invitados que tengan cosas que contar, proponiendo charlas sinceras y sencillas poniendo en valor la palabra y la reflexión, personas que sean modélicas por su trayectoria profesional o vital, gente de referencia en las artes, la ciencia, el empresariado, el deporte, la divulgación, la enseñanza, la moda, la gastronomía...

En todos esos programas, atravesar esas tres puertas es imprescindible para darle el verdadero valor a la palabra. El apelativo de esos programas y título del presente artículo responde a las tres puertas o filtros de Sócrates mencionados, a las tres preguntas que toda persona se debe formular antes de decir algo: ¿es verdad?, ¿es bueno?, ¿aporta algo? Atravesar esas tres puertas será imprescindible para darle el verdadero valor a la palabra y si nos lo aplicamos en nuestro quehacer diario, reforzaremos el verdadero sentido de la palabra, tan manoseada y prostituida por algunos para deshonrar o degradar algo o a alguien, abusando con bajeza de ella para obtener un beneficio, ya sea político, personal o mediático.

En algunos colectivos médicos, como en el de la medicina psicobiológica, también utilizan el método de las tres puertas, pero con un sentido curativo integral. La primera puerta sería la actitud de curación, donde el camino a desarrollar es lograr aprender la actitud que necesita el paciente para curarse, con pilares como la confianza, el reposo, la dedicación y la paciencia. La segunda puerta es la del lenguaje para curarse, con el que describimos la realidad en que nos encontramos, las afirmaciones y declaraciones que hacemos con las palabras sobre nuestro estado de salud. La tercera puerta es la de los instrumentos de curación, aquellos materiales y estrategias que necesitamos: medicamentos, tomografías, análisis, etc., que serán los testigos y los protagonistas objetivos de la curación.

Y esas tres puertas deben ser abiertas, asumiendo el compromiso de no depositar solo en una de ellas el motivo de la cura, sino recorriendo los tres caminos que confluyen en un espacio que posibilite nuestra sanación. Pensémoslo bien, pues cada una de esas puertas son necesarias para superar una enfermedad, sea del tipo que sea. Es decir que nuestra actitud y el valor de cómo referimos (oral o mentalmente) lo que nos pasa, puede contar tanto como las medicinas o tratamiento que seguimos.

Por todo ello, crucemos esas tres puertas, las socráticas y las medicinales, de forma sincera y cotidiana para que no nos amarguen la vida, no nos aboquen al fracaso ni rebajen nuestra autoestima. Muchas veces la mejor estrategia de la vida solo consiste en saber qué caminos cruzar.