Juan Manuel Muñoz Serralvo

Artículo de José Antonio Fortes

Representa la humildad más aristocrática de la pintura veleña y enarbola el orgullo de un pincel pleno de verdad. La verdad que se genera al provocar el encuentro del artista con los usos renacentistas. Sabe y conoce perfectamente que ese fue el momento de partida de la pintura de siempre, de hoy, la que él persigue y en la que empeña todo su esfuerzo.  

Encaramado en el olimpo de su atalaya urbana, el barrio más cantado y postergado, el espacio más villano de la ciudad, observa y medita con profundidad y melancolía  milenaria el devenir de las civilizaciones que el mar ha conducido hasta estos contornos, desde donde reivindica el color de la justicia social y del orden plástico.

En su bagaje, por los caminos del arte, muchas horas fueron las que empleó, en sus comienzos, a visitar la estancia y el taller del maestro Francisco Hernández. Allí comenzaron a despejarse las ecuaciones más importantes sobre las dudas que conforman este gran misterio que es la pintura; las técnicas y la observación tutelada iban desvelando las claves de un estilo pictórico que apuntaba a un futuro lleno de ilusión y mucha esperanza entre los grandes bastidores rezumantes de esencias a pigmentos de aceites y linazas. En ese hábitat comenzó a forjarse ese espíritu aventurero y desafiante que proporciona su sentimiento artístico.

Es inevitable la notable influencia estilística de este aprendizaje. La composición, el orden en la distribución del plano, y una controlada perspectiva dan soporte al asentamiento de tonalidades, de colores, que imprime con suaves pinceladas desde las que busca el equilibrio entre el refinamiento y el carácter de las formas más clasicistas. Esta manera de hacer, pulcra y cuidada, conforma la gran personalidad pictórica que se muestra en su obra, rebosante de sinceridad, en la que prima un especial culto y predilección por el dibujo, base indudable de toda la pintura como lenguaje gráfico universal.

Podríamos decir que ha captado, como pocos, el espíritu del maestro Hernández, al que honra, sin complejos, con todo orgullo, añorando su ausencia 

Juan M. Serralvo, es un viajero incesante “por los caminos del arte”. Su tren, no tiene estación, ni apeaderos, su tren no se desliza por ninguna via rápida, ni tiene asientos para sueños dorados; pero su tren parte todos los días desde el andén de su pensamiento hacia el destino del conocimiento.

Viaja en busca del arte y sus percepciones físicas, en busca de un encuentro personal que no le es asequible en la distancia de lo material. En busca de los grandes templos donde habitan los excelsos maestros de la historia, donde se encuentran los testimonios y las más importantes creaciones, donde se materializa el universo del arte, en los inconmensurables bastidores que dan fe del paso de un tiempo de superaciones y temblores que han emocionado a la humanidad con un simple pincel en la mano. Y en ese viaje enriquecedor a través de la “palabra escrita” ha encontrado el único vehículo con el que puede penetrar en los fascinantes salones del Renacimiento, de la Ilustración o de la historiografía completa del arte.

Se desliza por todos los libros a los que tiene acceso. Viaja entre ellos. Contacta con los grandes genios, penetra en sus biografías y se convierte en su noble confidente y ayudante de cámara. Allí se acomoda descubriendo los misterios del taller y el oficio. De ahí su pasión por tantos y tantos maestros que desvelan su pensamiento entre Velázquez, Vermeer y la larga lista a los que permanentemente tiene en cuenta a la hora de plantear el incio de una obra.

Su estoicismo se asienta en una conducta de inusual nobleza ante un hábitat que  no siempre es propenso para la creación. Pero Juan M. Serralvo muestra una conducta serena y una férrea disciplina en su actitud artística, con la que se plantea superar las inclemencias de un destino que tiene su origen en el simple albedrio de la vida.    

Posiblemente, su trayectoria puede quedar definida en las palabras de Eleanor Roossevelt cuando decía: “El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños”.

Este es su verdadero patrimonio, la pasión por el arte, y su valor incalculable.

Juan M. Serralvo no renunciará nunca a su sueño, porque ese es el mayor capital que poseen las personas como él.