Ese viaje, ese encuentro

Columna de José Marcelo

Llega el verano como si viniese de un largo viaje, después de una larga noche de invierno, y aparece con su luz ocupando todo el día. Prosigue el viaje como fruta madura y deseosa de ofrecerse. Va al encuentro del compañero, del amigo, del otro para compartir el tiempo. Porque el mejor regalo que se ofrece es el tiempo. El verano es la estación más vital: es el estallido de la naturaleza que muestra todo su esplendor. 

Estas palabras forman parte de la paradoja de la vida. Porque pasamos el tiempo en espera, con la necesidad de crecer, de madurar en todos los aspectos. Cuando llega nuestro verano, nos damos cuenta que hay que evitar la intensidad de la luz, porque puede producir la ceguera de los sentidos. Actuamos con prudencia. Pero necesitamos compartir el tiempo, e incluso crear una nueva familia. Luego vienen las experiencias, las cuales son frutos de aprender de los errores. Ese viaje continúa como surgen las estaciones, que son ejemplos de las manifestaciones de la naturaleza, de la vida. Pero cada cual tiene su verano, el cual es único y personal.

Si se parte de la pregunta: ¿quién soy yo?, y a cuya pregunta formuló respuesta nuestro filósofo español Ortega y Gasset, cuando dijo: “Soy yo y mis circunstancias”. Habría que reformular esa respuesta, para llegar a afirmar que ese “yo” es más complejo, porque implica también al pasado. Que por las experiencias que hemos vividos, somos ‘pasado’. Por lo tanto, a las circunstancias que determinan la vida, le debo sumar también las experiencias que acumulo. 

Para lograr un equilibrio emocional en la vida, la cual está determinada más por los sentimientos que por la razón, hemos de procurar tener presente esos recuerdos positivos, las decisiones acertadas, así como los errores que nos enseñaron. Recuerdos positivos como el sentimiento de ser madre, ver nacer y crecer a los hijos. Mantener vivo el amor que como pareja de novios os declarasteis, teniendo siempre presente todas las acciones que lo fortalece. Recordar a tu madre, a tu padre, y a los valores con los que ellos te educaron. Decisiones acertadas como: elegir la profesión por la vocación y no por el poder adquisitivo. El día que te rebelaste ante una injusticia. Aprender de errores como la falta de voluntad, la pereza, caer en la tristeza, padecer el sentimiento de la culpabilidad. 

Ese viaje es una búsqueda y un desafío personal. Ese encuentro es encontrarse consigo mismo y con los otros. Formamos parte del género humano, somos responsables de cualquier acto de injusticia que esté ocurriendo en alguna ciudad de nuestro planeta. Y si de manera individual se cambia para mejorar, también incide como bienestar en los demás. Esta concepción filantrópica debe ser la razón de nuestra existencia. Pero lo triste es que ocurre lo contrario, y predomina también la avaricia, la envidia, el odio, la maldad… Las cuales son actitudes negativas que conforman la otra cara de nuestro ‘ser’ como humano. Esta dualidad de sentimientos buenos y malos es la causa de nuestro ‘caballo de batalla’, de nuestra lucha interna. Para mejorar nuestra convivencia y la vida en este mundo, unos justifican sus buenas acciones como acto de fe, gracias a sus creencias religiosas, y otros actúan motivados por razones éticas- antropológicas. Ambas son acertadas. Que como dejó escrito Antoine de Saint- Exupéry en su obra El Principito: “Lo importante es ver con los ojos del corazón”.