España, nuestra manera de ser
A Irene A.V.
Hay grandes obras en la literatura y en la pintura española que han calado hondo en nuestra manera de ser: El lazarillo de Tormes, Don Quijote de la Mancha, La vida es sueño, o en la pintura de Francisco de Goya, con cuadros como La pelea a garrotazos.
Habría que preguntarse: ¿Por qué al compararnos con otros países extranjeros, manifestamos ese desdén hacia nosotros mismos y nos auto-flagelamos hasta producirnos ese sentimiento de inferioridad?
La raíz de ese sentimiento de inferioridad no está tanto en la actitud crítica, sino en la envidia tan arraigada en la genética histórica de nuestro carácter. Sólo nos basta recordar a don Quijote, cuando aleccionando a Sancho, le habla de la envidia como “la raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”. Y en un ensayo sobre ‘la envidia hispánica’, escrito en 1909, exclama Unamuno: “La envidia es la terrible plaga de nuestras sociedades; es la íntima gangrena del alma española”. ¿No fue acaso un español, Quevedo, quien escribió aquella terrible frase de que la envidia está flaca porque muerde y no come?
María Zambrano, en su libro El hombre y lo divino, hace una reflexión sobre los efectos de la envidia: “Destruye al ser que la padece, al mismo tiempo cobra bríos por ella misma. El consumido por la envidia encuentra en ella su alimento. Una destrucción que se alimenta a sí misma”. Prosigue argumentando que el envidioso tiene ansia de ser como “el otro”, ser el espejo en que se mira, su semejante; se siente poseído y vive la vida de la persona a quien envidia. La envidia lo convierte en sombra de una vida ajena a la de su propia vida.
Esta manera de ser ya se gestó en la Edad Media como producto de la convivencia, la lucha, la recíproca destrucción y fusión de tres pueblos: cristianos, árabes y judíos. Las causas están ahí, en la historia que de manera cíclica se repite, expulsión de culturas y pensadores.
También forma parte de nuestro carácter ir ‘a la contra’; hicimos de la reforma religiosa, la contrarreforma. Ponemos ‘el anti’ a todo: antifascista, anticomunista y, en el fútbol, oímos madridista o antimadridista, barcelonista o antibarcelonista. Somos individualistas, porque amamos más la libertad individual que la colectiva. Está arraigada la picaresca en nuestra historia, porque el pueblo la ha vivido como una forma de supervivencia, importándole más el presente que el futuro.
Es necesario que, amparados por nuestras virtudes que también tenemos, dejemos de lado las comparaciones y esa victimización, sintámonos orgullosos de lo que somos: solidarios, hospitalarios, soñadores, creadores, con espíritu de sacrificio y una visión universal de las cosas. Hagamos de estos valores nuestra empresa, aceptando nuestras diferencias y valorando la diversidad cultual.