Nuestro mundo es un corazón que late

El mundo que habitamos y nuestro pequeño mundo personal, son una misma cosa: un corazón que late a ritmo de sentimientos y emociones. Este latir conforma un todo, una unidad que rige nuestra vida humana y social. 

Hermosa es la me­táfora del co­ra­zón, tal como la entiende nues­tra filosofa María Zam­bra­no: “El lugar don­de se albergan los sentimientos inextricables, que saltan por encima de los juicios y de lo que puede explicarse. […] Es ancho y es también profundo, tiene un fondo de donde salen las grandes resoluciones, las grandes verdades que son certidumbres. […] Es representación de todas las entrañas de la vida; donde se encuentra la nobleza. […] Y por último, el corazón pesa; y es lo peor, puede hacer sentir su peso, que equivale al del universo entero. Es la pesadumbre, esa palabra tan hondamente española, la pesadumbre que proviene siempre del corazón”.

Este pequeño mundo y este gran corazón son a quienes tenemos el deber de cuidar; nos va la vida en ello, y en nuestra relación humana como seres sociales que estamos destinados a convivir. Para tal objetivo de convivencia, hay un sentimiento muy necesario, como la confianza, que parte de uno mismo y se encamina hacia los demás. 

La confianza en uno mismo está íntimamente relacionada con la autoestima, porque a mayor conocimiento de nuestras características personales y de aceptación, mejor se posibilitarán los logros para alcanzar nuestras potencialidades, que son inherentes a cada persona. Y en esta tarea de desarrollo personal, está apartar el complejo de inferioridad, que es verse en el espejo deformado, al querer ser mirado por los otros. Que tan enemigo somos de nosotros mismos, como enemigos son quienes quebrantan nuestra fe en nuestra capacidad para realizar nuestros propósitos. Porque si perdemos la confianza propia, se desvanece todo nuestro poder y facultad para alcanzar el éxito que nos otorga la confianza.

Es cierto que es compleja la relación humana por su carácter social; la confianza y la desconfianza tienden a mantener un equilibrio emocional de la persona. Por necesidad de sobrevivir en comunidad, hemos tenido que aprender a confiar en los demás, apreciando que valores como la sinceridad, la credibilidad y la reciprocidad, la afianzan. Así como la desconfianza nos hace ser prudentes, aunque nos arriesguemos a no conocer a la otra persona. Pero, en esta balanza, tendemos más a ser confiados que desconfiados, porque la confianza en los demás es la base sobre la que construimos nuestra amistad, las interrelaciones, el respeto, la responsabilidad social y el amor. Y para mantener una buena relación debemos cuidar la empatía, esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, sabiendo escuchar, demostrar un aprecio sincero, no juzgar, e incluir ese lenguaje afectivo.

Como de lo que se trata es de cuidar nuestro mundo, que es un corazón que late, sabiendo que el confiar es un acto de entrega, de amor. Esto debemos tenerlo presente para evitar ese dicho irlandés: “Cuando la desconfianza entra, el amor sale de nuestras vidas”.