Quiero arrojar una sonrisa

Columna de José Marcelo

“Me duelen los niños y niñas sin escuelas. / Me duelen las madres que lloran por sus hijos, y las madres desheredadas de maternidad. / Me duelen los hombres y mujeres sin trabajo. / Me duelen los hijos huérfanos, y los desheredados de la tierra. / Me duele la juventud sin futuro”. 

Estas palabras del poeta demuestran su sensibilidad con el dolor humano, pero son también una denuncia. Una denuncia contra la insensibilidad, que se adquiere cuando las malas noticias y la violencia nos son indiferentes. Y pensamos que son hechos que pasan, que forman parte de lo cotidiano de la vida. Esto es muy triste, porque se pierden los verdaderos sentimientos humanos. 

Es penoso cómo nos acostumbramos a ver las imágenes de violencia y de injusticias. Cómo la publicidad nos invita a olvidar, ofreciéndonos una vida fácil y cómoda donde todo se puede comprar. De manera reiterativa los anuncios nos trasmiten un mensaje: no pienses, la vida continúa. Lo grave es que la oferta de vida fácil y cómoda nos produce frustración, y vas de frustración en frustración, pero procuras superar ese malestar. Lo curioso es que el malestar lo alivias con pequeñas dosis de poseer cosas y de ilusiones, quedando enganchado como un drogadicto. Esto supone vivir metido en una burbuja, que nos inmuniza ante las desgracias ajenas, e incluso las que son más cercanas; aceptando el infortunio de tu amigo o de tu familia como algo que tiene que suceder. Cuando te toque padecer, acabarás aceptando estoicamente tu sino. Las creencias religiosas refuerzan este modo de pensar, y tienden a justificar las desgracias y la enfermedad como actuación divina.

Actualmente, hay una tendencia psicológica que trata la inutilidad del sufrimiento y cómo se alcanza la felicidad. Pero opino que yerran, porque ofrece la felicidad como algo fácil de alcanzar, y no admiten el sufrimiento como una realidad inherente a la vida del ser humano. El sufrimiento debe ser siempre estudio de la psicología y de la biología, para profundizar en las causas que lo producen; aprender de él, para superarlo. Porque la actitud valiente es enfrentarse a las enfermedades y a las desgracias. 

Otro tema es el afecto que todos necesitamos. Esta necesidad saca lo mejor que poseemos: esa sonrisa solícita de empatía que es tan imprescindible para la buena convivencia. La sonrisa amable es fundamental en la relación con la familia, con los amigos y en el trabajo, porque facilita la comprensión y el entendimiento. Incluso cuando se demanda ayuda a las instituciones públicas o privadas, poner una sonrisa en la cara convence, e invita al interlocutor a la complicidad; así el funcionario simpatiza contigo y te devuelve la sonrisa con creces, haciendo su trabajo con satisfacción y entrega. 

Nuestras acciones y nuestra conducta son las que nos definen cómo somos. Y si tú eres una persona que pone mala cara a todo, porque estás enfadado con el mundo, pero no participas ni das soluciones para mejorarlo; tu negatividad muestra no sólo tu descontento, sino también tu ineptitud e inutilidad. Pero si pones una sonrisa de solidaridad, te conocerán por tu sonrisa,  y contribuirás a que mejore la vida. 

Para que cambien las ‘cosas’ que van mal es urgente abandonar esa cómoda burbuja y ser sensible ante las injusticias.  

Porque, como dice el poeta: “Quiero arrojar al viento una nueva sonrisa, / una sonrisa tan nueva que dé aliento nuevo. / Lo nuevo nazca en los corazones del hombre y de la mujer. “