La soledad sonora en la pintura de Pepe Bonilla

Hay soledad y soledades.  La soledad que es un  estado de estar con uno mismo, como el poeta onubense Juan Ramón Jiménez nos expresa: “Somos como testigos, como oyentes de nosotros mismos, y cuando más solos estamos, más intensamente nos comprendemos. La idea se densifica a fuerza de silencio y de éxtasis y, líricamente, el ámbito de su palabra y su canto, que reflejan y son, metafóricamente, una soledad sonora”.

Las demás son soledades, como la de poeta Luis de Góngora; “soledades que es un canto de amor a la Naturaleza  y una búsqueda a la belleza”. Dicen sus versos: “Lo que lloró la aurora/ -Si es néctar lo que llora- y, antes que el Sol, enjuga/la abeja que madruga/ a libar flores y chupar cristales”. La de Antonio Machado, que son sus soledades, “soledades del camino, de la vida”. Nos dice: “He andado muchos caminos, / he abierto muchas veredas: / he navegado en cien mares /y he atracado en cien riberas”.

Pero quiero hablaros, de la “soledad sonora”; la del alma; la que, el santo y místico poeta San Juan de la Cruz, se dolía en su Cántico Espiritual,  que nos habla de: “La noche sosegada / en par de los levantes de la aurora,  la música callada, / la soledad sonora, /la cena que recrea y enamora”. Porque esta “soledad sonora”, tan elocuente, es la que está en la pintura de José Bonilla Peña, que podemos visitar en la exposición del Centro de Arte Con­temporáneo de Vélez- Málaga.

Encontramos dos etapas muy diferenciadas en la pintura de Pepe Bonilla: la primera co­rresponde a las décadas de los años 70 y 80, en la que manifiesta una rebeldía y un compromiso con la época que está viviendo. Etapa in­fluenciada por el planteamiento del pintor ir­lan­dés Francis Bacón que expone  a la figura hu­mana, expuesta y vulnerable, deformada y mu­tilada; logra así expresar “la soledad, la violencia y la degradación humana”. Pero, a diferencia de Bacón, nuestro pintor Pepe Bonilla se interroga, lo hace desde el alma, y sus cuerpos  en movimientos o desgarrados son expresiones de búsquedas de respuestas existencialistas; lo logra, advirtiendo el peligro que supone que el hombre se devore a sí mismo. 

En la segunda etapa, a partir de la década de los 90, comienza una nueva trayectoria, y  la búsqueda existencial del ser humano encuentra el camino del asceta; aparece el hombre que quiere dialogar con la divinidad. Sus cuadros recogen toda la trayectoria religiosa de la tradición pictórica, desde la pintura flamenca hasta nuestro siglo de oro.  In­fluenciado por  la pintura flamenca, la cual no se limita a pintar la caída de la luz sobre las sombras, sino de los efectos que produce la luz sobre el paisaje y la distancia. Nuestro artista Pepe Bonilla, tan acertadamente, trae la luz desde la penumbra  y hace aparecer la imagen con un halo de misticismo. La composición del cuadro mantiene la estructura geométrica triangular, concepción que refuerza  la simbología de la divinidad. La cromática refuerza la luz, en una composición de amarillo, ocre y rojo, con un fondo de penumbra tan bien trabajado que realza la figura y el efecto del misticismo del cuadro. Este trabajo, de los fondos también elaborados, muestra la influencia del pintor religioso Sánchez Cotán, que vemos en sus bodegones y en sus cuadros, por el efecto de tenebrismo.

La técnica que elige nuestro artista es el temple al huevo y el oleo. El temple al huevo que domina con gran maestría, es una cualidad técnica que lo identifica y lo diferencia de sus contemporáneos.

Nos encontramos con otros cuadros con la influencia del marianismo de Bronzino, estilo que predominó en Italia desde el final del Renacimiento (1500), cuya escuela es la florentina; ejemplo: el cuadro de Lucrezia Panchiatichi.

Toda una vida para dejar un legado, cuya importancia es orgullo de todos los veleños.

Ejemplo de escuela a seguir.  Sé que se abrirá la frontera de la universalidad; sólo queda el estudio profundo de sus obras y el trabajo de darlas a conocer.