La vida: ¿ficción o realidad?
A lo largo de nuestra historia los seres humanos hemos procurado dar una explicación al universo y encontrar un sentido a la vida.
Para lograrlo, hemos recurrido a nuestra capacidad de crear relatos de ficción y, con un deseo de conformidad, creérnoslos. Razón por la que caemos, a veces, en la torpeza de no diferenciar la fabula de la realidad. Esta torpeza ha conducido a un fanatismo de creencias extremas que, ante la duda y la incertidumbre para encontrar la verdad, impuso la fe. Las religiones han considerado siempre que la fe es una virtud cardinal y, por el contrario, a la duda la ven como uno de los peores pecados posibles. Los sistemas de gobiernos totalitarios, como el fascismo, reaccionaron de forma violenta contra las ideas dudosas; exigiendo una fe absoluta en sus relatos ideológicos. Históricamente, los rituales y los sacrificios de los mártires por la fe o por la patria se han utilizado para reforzar las creencias en lo religioso, así como en el ideario político. Pero eso no demuestra que por sufrir por la fe en Dios o por la nación, las creencias sean verdades absolutas. Quizás, simplemente, estemos pagando el precio de nuestra credulidad.
Gracias al surgimiento de la ciencia y de la cultura moderna, la fe comenzó a considerarse cada vez más una esclavitud, mientras que la duda acabó viéndose como una condición previa a la libertad. Cualquier cosa que limite la libertad humana para sentir, pensar, desear o inventar... nos restringe para alcanzar el conocimiento de la verdad sobre la vida y el universo en que vivimos. De ahí, que la libertad frente a tales limitaciones sea el ideal supremo. El problema reside en que el fanatismo se nutre de creencias falsas, y esto está tan arraigado en la genética humana que crea identidades culturales y sociales. Identidades sustentadas por intereses económicos.
Estos argumentos nos invitan a pensar, a preguntarnos sobre el sentido de la vida, a conocernos mejor y plantearnos, de manera filantrópica, acciones globales para mejorar el mundo en que vivimos. Porque la vida y la muerte no son asuntos de ficción. Así como el sufrimiento es lo más real que existe, y por lo tanto, es lo que más nos preocupa. Por ello, debemos comprender la vida y la muerte como realidades evidentes; aceptando el sufrimiento con estoicismo. Ese sufrimiento que nos esclaviza y nos hace inventar un relato ficticio: creer en un universo con una esencia eterna, y de cuya eternidad formamos parte. Pero tal vez la realidad sea muy distinta, porque en el universo todo cambia y nada es perdurable. Por lo tanto, podemos optar por vivir y aceptar nuestra condición humana y el drama que padecemos: el universo no tiene guión. De modo que nos corresponde a la humanidad escribirlo, y quizás ésta sea, verdaderamente, nuestra vocación y sentido de la vida.