Entre nanas y elegías
Aún huele el aire en Orihuela
a nanas, a elegías y a sonetos,
aún suenan actuales esos versos
que en su día escribió el pastor poeta.
Por doler le duele hasta el aliento
cuando el yugo aprieta las gargantas
y mientras él sigue guardando cabras
anota lo que siente en su cuaderno.
El don de la poesía es como el vino
que alegra el dolor del que lo bebe.
Sin saberlo, le fue marcando su destino.
Sus poemas eran el grito de la gente
para olvidar como aquel que toma vino:
las penas, el pasado y su presente.
Él quiso ser llorando ante la muerte
el hortelano que abonara tanta rabia,
temprano madrugó aquella mañana
para escarbar la tierra con los dientes.
Su voz ya se ha quedado para siempre
en el archivo de rimas de la historia:
sus ideas, su lucha y su memoria,
su hambre, sus penurias y su suerte.
En su pueblo comenzó a escribir poemas.
Allí conoció el amor y sus heridas,
allí sufrió los horrores de la guerra,
allí fue condenado a muerte un día.
Su delito mayor fue ser poeta.
Murió,
más no pudieron matar sus poesías.