Almudena, tan grande

Columna de Margarita García-Galán

Me sorprendió su artículo de octubre en El País porque no sabía que estaba enferma. “He tenido que escribir algunos artículos muy complicados a lo largo de mi vida. Ninguno como este”. Así anunciaba Al­mudena Grandes su en­fermedad, que había mantenido en secreto hasta ese momento, un año después de saber que padecía cáncer. Me sorprendió el artículo entonces, y me impacta ahora la noticia de su muerte tan temprana, solo unas semanas después de que lo contara.

Como tantos y tantos lectores, con Almudena Grandes he pasado muchas horas de lectura, adentrándome en sus historias, poniéndome en la piel de sus personajes, dejándome llevar por esa prosa potente de narradora espléndida novelando historias que nunca te dejan indiferente. Pasear por las páginas de sus libros ha sido para mí gratificante. Una hermosa forma de perder o ganar el tiempo, aunque, como dice en uno de sus libros, “el tiempo nunca se gana ni se pierde, que la vida se gasta, simplemente”. La vida de la escritora se paró de repente un día de noviembre, cuando en sus oídos sonaba ya el eco de ese villancico entrañable que cantaba su madre y que a ella le emocionaba especialmente cuando llegaba este tiempo. Se gastó su vida cuando aún le quedaba tanto por vivir, tanto por contar, tanta vida de otros que interpretar, especialmente la de esos ‘supervivientes’ olvidados que eran sus preferidos y que fue desempolvando, recuperándolos del desván del tiempo para ponerles cara y voz. A través de su pluma, fuimos conociendo retazos de sus vidas difíciles en un tiempo oscuro que ella sacó a la luz. 

Almudena se ha ido. La hemos visto marchar hacia la eternidad entre el desgarro de su familia, la pena de sus amigos y cientos de sus lectores poniendo calor humano al momento más frío. Con sus libros en las manos, le hacían el más sentido de los homenajes. Malena, Inés, Lulú..., lloraban entre sus páginas despidiendo a quien les dio una vida eterna. Especialmente hundido estaba su marido, el amor de su vida, el poeta que le escribía esos maravillosos versos que ha querido que se fueran con ella hacia el infinito. “Estar hundido es mi forma de seguir estando enamorado”. Ellos se amaban, se admiraban. No hay amor sin admiración, decía ella. Y cómo no admirar a un poeta como García Montero.

Cómo no rendirse al inmenso amor que él le regalaba entre verso y verso. “Así duele una noche, con ese mismo invierno que cuando tú me faltas, con esa misma nieve que me ha dejado en blanco, pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte”. Lo escribió para ella hace tiempo, pero es ahora cuando se siente realmente ese frío de invierno que es la ausencia, la espantosa y gélida ausencia que dejan los que amamos. Rodeado de gente, entre sollozos y suspiros sin nombre, y amigos entrañables que ponían calor al adiós, el poeta despedía a su musa hundido, con el alma rota, con el corazón helado. Con el dolor punzante que será el llanto amargo de futuros versos de amor y muerte.

Almudena Grandes nos ha dejado cuando noviembre ensaya villancicos eternos y las luces navideñas iluminan las calles de la castiza ciudad que amaba tanto. No irá de Madrid al cielo, porque su cielo era Madrid. Ella, tan grande, nos deja huérfanos de su prosa y de su talante humano, comprometido y valiente. Nos deja desconcertados, un poco más solos y un poco más tristes. Hasta siempre, Almudena, o Lulú,  o Malena, o Inés... Todos los que un día fueron ella y seguirán viviendo en la quietud blanca de esos libros que escribió con tanta pasión. Buen viaje, Almudena. Vuela alto, con las alas poderosas de esos vientos de Cádiz que acariciaron tus veranos. Me quedo con el desconsuelo de tu poeta, con tus libros llorando tu adiós, con la voz rota de Sabina despidiéndote con su ‘Noches de boda’.

Con el frío de noviembre helando corazones, tu ausencia es más que nunca una forma de invierno.