Un jueves completamente viernes

En la quietud de una tarde de octubre, leo los versos del último libro de Luis García Montero. En su portada, una orquídea blanca parece querer con su hermosura suavizar el negro intenso de luto que la abraza.

La tristeza de un tiempo difícil, Un año y tres meses, pasa delante de mis ojos y, verso a verso, siento que lo que cuenta el poeta con admirable serenidad lo pienso muchas veces a estas alturas de la vida, cuando ya tenemos más pasado que futuro y sentimos un miedo casi irracional a que una ausencia de amor nos vista el alma de luto. Yo daba por supuesto que la muerte / no iba a ser una duda metafísica / pero desconocía hasta qué punto daña / como animal doméstico. Con los versos recién aprendidos latiendo con fuerza en mi sentir, el jueves día 6 esperaba impaciente en el Palacio de Beniel, oír a los poetas que cerraban la temporada de ‘Damas de Noche’, entre ellos Luis García Montero. Un broche de oro para un evento de música y poesía que presenta magistralmente María del Mar Benavente con su voz melodiosa y su alma sensible. 

Como ella -como muchos-, yo esperaba impaciente ese jueves de otoño para oír a García Montero recitar sus versos, esos que me gustan tanto desde hace ya mucho tiempo. Que relatan lo cotidiano con una sencillez hermosa; que nos hablan de un amor inmenso, o del dolor punzante que se siente al perderlo, como estos de su último libro donde su tristeza por la pérdida de Almudena Grandes me conmueve hasta la lágrima. Cada verso me emociona y me hace admirar su talante sereno, su forma de querer “de un modo tan completamente viernes”. Te beso mientras pasan en calma los silencios. / Nunca había previsto que me tocase a mí / cerrar la puerta, apagar la luz / cuando el reloj se agote...

Recitaron los poetas entre canciones de ‘Cantando bajito’. Carmela Frontana y Cristina Linares dejaron jirones de su alma entre las columnas del Beniel, tan acostumbradas ya a la cultura. María Zambrano, presente siempre en su pedestal, oía complacida los versos que evocaban afectos perdidos. La ‘razón poética’ que meció su vida cobraba fuerza en el patio que guarda su eternidad. De ella habló García Montero, de su filosofía, de su vivir difícil en un tiempo oscuro que marcó su vida y la de tantos intelectuales que tuvieron que exiliarse como ella. Su razón poética no cabía en la sinrazón de los que no entienden de mentes libres. Habló también de Machado, de su viaje último hasta Collioure, un trayecto largo y triste hacia el exilio donde su madre, desubicada,  preguntaba “¿Cuándo llegamos a Sevi­lla?” El silencio se podía cortar. El patio del Beniel se con­virtió por momentos en un Aula Magna donde el en­tusiasta profesor daba una de sus magistrales clases de li­­teratura. En la última fila, sentada entre árboles y co­lumnas, sentí el privilegio de ser una alumna más asistiendo a una clase en ese aula de Granada, lejana en el tiempo, donde se colaba de vez en cuando Enrique Morente para oír extasiado a su admirado amigo poeta.

García Montero estaba allí, en Vélez-Málaga, entre la mirada de piedra de María Zambrano y el latido ausente, siempre presente, de Joaquín Lobato. Estaba allí, en cuerpo y alma, como su verso. Hay quien habla de ángeles / de vida eterna, de misericordia... / del paraíso en el que nos esperan / los que ya se han marchado. / Un mundo extraño para consolarme / con una vida eterna que no es vida. Estaba allí, entre nosotros, con su rostro cansado y su sencillez, en un jueves completamente viernes, hablando de la muerte, ese animal doméstico que le ha dejado sin ella. Solías tú ponerme la cabeza en el hombro / cerrábamos los párpados / y nos dejábamos llevar / por un viaje de largo recorrido. / Así me gusta imaginar la muerte / ahora que estoy solo. Contagiada de su tristeza, admirando su luto sereno, volví a casa recordando el verso que da nombre al libro: Este año y tres meses / estos días finales que ya son / ahora, recordados / los más felices de mi vida. 

Qué manera tan intensa de querer. Qué hermosa lección de vida.