La libertad de algunos
Después de vivir la angustia de este largo año de pandemia que nos ha afectado a todos de alguna manera, con la esperanza puesta en la vacuna que ya tienen muchos ciudadanos, paseo por las calles del centro a pocas horas de que acabe el estado de alarma. Voy con mi mascarilla puesta y guardando las distancias, por supuesto, a pesar de que siento el alivio lógico de ser una de esas personas que ya están vacunadas. Hasta llegar aquí he pasado miedo, un miedo inevitable al contagio de ese virus terrible que ha causado miles de muertos y ha hecho tambalearse los cimientos de nuestro mundo.
Pienso en ello, en todo lo vivido durante este tiempo difícil que nos hizo replantearnos el orden de prioridades y valorar lo realmente importante. Y nos dimos cuenta de lo hermoso que era vivir sin esa espada de Damocles en forma de virus que amenaza nuestras vidas todavía. Se acaba el estado de alarma y, viendo la actitud de la gente en las terrazas, las cafeterías, las plazas..., parece que no pasara nada, que el virus no estuviera aquí. Y está.
Después de mi paseo, pensaba con preocupación en lo que pasaría, horas después, cuando se levantara la veda de restricciones y horarios. Y pasó lo que se adivinaba: salieron en bandadas los jóvenes, y no tan jóvenes, a beberse el mundo, nunca mejor dicho, sin mascarillas, sin distancia, bañándose en la euforia del alcohol, que potencia aún más la imprudencia de los irresponsables. “Libertad, libertad”, gritaban desafiantes. Como somos libres, nos emborrachamos, nos saltamos las normas a la torera y damos una triunfal vuelta al ruedo entre palmas y olés. En nombre de la libertad daban un descorazonador y bochornoso espectáculo. Se olvidaban de los muertos, de tantos enfermos que sufren aún en los hospitales, y se saltaban a pídola el cansancio de los sanitarios, que siguen ahí, al pie del cañón, cuidando de todos, tal vez de muchos de ellos después de tan vergonzosa algarabía. Curiosa manera tienen algunos de entender la libertad: “Como soy libre hago lo que me da la gana”. Son libres para reclamar derechos, pero dónde quedan los deberes? La libertad de algunos es saltarse las normas de convivencia pasando por encima de la libertad y el dolor de los demás. Y eso no es porque son jóvenes, no; ser joven no está reñido con ser responsable. Otros muchos jóvenes han entendido que este tiempo de limitaciones tan difícil hay que pasarlo entre todos, cumpliendo las normas aunque no nos gusten, para no echar más leña al virus. Procurando no enfermar y que no enfermen otros por nuestra culpa.
No me vale ese discurso tan manido de que están cansados, aburridos de no poder salir a divertirse... Cansados, aburridos, afectados y descorazonados estamos todos, más aún si tenemos esa edad importante que nos hace mucho más vulnerables a la enfermedad, y nos aguantamos, por nosotros y por ellos, hasta que la vacuna llegue a todos y podamos respirar. Inenarrable lo que siento cuando veo las imágenes de esos surrealistas ‘botellones de libertad’. Me faltan adjetivos para describir la rabia y la pena que me da ver esa marea de desaprensivos desafiando al virus, gritando a coro consignas estúpidas que mancillan realmente lo hermoso de la palabra libertad.
Estamos inmersos en una pandemia que sigue causando muertos, no po- demos olvidarlo y volver atrás por comportamientos tan deplorables. Aunque se acabe el estado de alarma, todo el mundo sabe que las normas siguen estando ahí para todos. No busquemos culpables aquí y allá, que es lo fácil; solo nosotros, todos y cada uno de nosotros, somos responsables de cumplirlas o no. El futuro sigue siendo preocupante y el verano se presume desapacible. Pero hay que ser libres, divertirse mucho, beber mucho, gritar mucho, apretujarse, intercambiar fluidos a discreción... La libertad de algunos es insolidaria, grotesca y vomitiva.
“Ser libre no es solo deshacerse de las cadenas de uno, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás”. Nada que añadir a la cita.