Morir de amor con Butterfly

La primera vez que la oí fue una tarde lluviosa de hace ya muchos años. Alguien, amante como yo de la música, me dijo que me sentara sin prisa en un lugar tranquilo y silencioso y me abandonara a su música, a la desgarrada historia de amor de Madama Butterfly. Con los oídos poco acostumbrados a la ópera; con el corazón receptivo a la belleza, acostumbrado a latir al son de todo aquello que hace vibrar, sentada en mi sofá y mirando la lluvia mansa que resbalaba por los cristales de mi ventana, sola y expectante me dispuse a vivir un desamor. A morir de amor con Butterfly. 

Con los ojos cerrados imaginaba el kimono con el obi nupcial de la joven geisha moviéndose con delicada y aprendida elegancia, mientras cantaba su felicidad porque iba a casarse con su apuesto teniente americano. La hermosísima voz de María Callas dando vida a Cio-Cio-San llenaba mi habitación, y la música excelsa de Puccini impregnaba cada rincón de mi corazón, rendido por completo a la belleza de aquella música.

- Spira sull mare e sulla terra... Io son venuta al richiamo d'amor

Butterfly me contagiaba su felicidad y la ópera empezaba a formar parte de las cosas que amo, que me alientan, que me emocionan... Que me hacen vivir.

Aquella primera vez lloré sin complejos, y seguí llorando después cada vez que oía esa ópera y otras muchas que fui conociendo, oyéndolas en casa, en teatros o en la pantalla de un cine en directo desde Londres, París, Nueva York... Todo un descubrimiento para mí. La pantalla del cine me elevaba hasta un cielo donde brillaban las estrellas de Tosca; al Nessum Dorma que despertaba mis sentidos en Turandot; a la barcarola de Los cuentos de Hoffman; a la Celeste Aída...

El pasado día 23, una gran pantalla en el veleño Teatro del Carmen nos ofrecía el privilegio de ver Madama Butterfly en directo desde el Teatro Real de Madrid, que celebraba así el 200 aniversario de su inauguración. Con una original puesta en escena, la famosa ópera llegaba a la vez a 250 lugares de España y a otros muchos lugares del mundo. En plazas, museos, playas, teatros..., gentes distintas se unían con el lazo invisible de la música, sintiendo al unísono la alegría, la emoción, la tristeza y el desgarrado llanto de Butterfly. El desamor, tan bellamente cantado, inundaba el teatro veleño; su silencio era un suspiro, un llanto contenido que algunos no pudimos ni quisimos retener. La pantalla del teatro se llenaba con los vistosos anaranjados del kimono de Cio-Cio-San; lleno de flores y pájaros, el sedoso vestido envolvía el alma de seda de la joven geisha que palpitaba de amor por el marino americano, que sería su marido por poco tiempo. Para ella, un amor para siempre; para él, solo el capricho de una exótica pasión pasajera. 

Oír en tan importante voz un aria tan bella como Un bel di vedremo, nos contagiaba su esperanza, su fe en el regreso de aquel que le prometió volver “cuando anida el petirrojo”; aquel que tan dulcemente la llamaba “olor de verbena”. Pero la esperanza de la joven mariposa se truncó y vivimos con ella su desencanto, su desesperación y, finalmente, en un aria sublime, su muerte con honor. Espléndida puesta en escena; soberbia interpretación de la soprano Ermonela Jaho, que nos hizo vivir su dolor inmenso, que nos hizo morir de amor con Butterfly. El teatro se ponía de pie mientras ella lloraba arrodillada, rendida a los aplausos que se oían en distintos lugares del mundo. Nuestro aplauso para ella, y para iniciativas como ésta, que acercan la ópera al ciudadano. Y para la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento veleño, que se sumó a la oferta del Teatro Real de Madrid y nos permitió asistir gratuitamente a una de las óperas más bellas del mundo.

Guardaré tan hermoso recuerdo en el rinconcito del alma que huele a verbena; a  floridas primaveras que a veces duelen de puro hermosas. Un íntimo rincón donde vuelan libres las mariposas. Donde anidan los sueños y los petirrojos.