Sentido y sensibilidad
Columna de Margarita García-Galán
Se va el verano. Se va envuelto en torrenciales lluvias, ruidosas tormentas y devastadores huracanes que suelen llevar nombre de mujer. El verano se va y el otoño se presume agitado, revuelto, inestable… Un otoño caliente.
Sobre tormentas reales y esas otras tormentas que ensombrecen el panorama nacional con oscuros nubarrones, oigo hablar en un debate de televisión mientras pasan imágenes de algunas noticias de actualidad que invitan a la reflexión. Tesis doctorales, másteres fantasmas…, doctores y doctorandos entran en liza, con su guion muy bien aprendido, al son del manido estribillo “y tú más”. Arrimando cada cual el ascua a su sardina: esto es legal, esto no lo es, este título vale, ese otro no… Un lío tremendo, que pone en evidencia el lado oscuro de la política. Parece que todo vale con tal de tumbar al otro. Mientras, al ciudadano de a pie nos invade una incómoda sensación de impotencia y de hartazgo; de estar en manos de unos cuantos que, con sus títulos a cuestas, unos de verdad y otros de mentirijilla, nos dirigen y marcan la pauta de la actualidad.
Sigue el debate con otras noticias y veo imágenes de la airada protesta de un actor reivindicando su derecho a discrepar sobre sensibilidades religiosas a las que él es ajeno, y a las que, según unos abogados, ha ofendido el actor, que no está de acuerdo con que existan esos delitos de los que se le acusa. Para comentar e ilustrar el tema, se muestran imágenes de una esperpéntica procesión donde un grupo de ‘devotas’ exaltadas mece en unas andas a un femenino símbolo insumiso que, en mi opinión, es una cutrez. Se puede estar de acuerdo con el actor en el fondo de la cuestión: en un Estado aconfesional no tendría que ser delito hacer una declaración, por desafortunada que sea, en contra de las creencias religiosas de una parte de la sociedad. Comparto el fondo, pero no las formas. Se puede ser ateo, creyente, agnóstico, o lo que uno quiera, pero no hay por qué herir sensibilidades de una forma tan grosera. Si te importa un rábano la religión, porque eres un ciudadano libre y estás en tu derecho, puedes criticar todo lo que te parezca criticable, pero ser libre no te exime de acudir a la llamada de un juez aunque no compartas el delito por el que te cita. No acudir a declarar, invitando además a la desobediencia civil, le resta fuerza y razón a la protesta.
Cada vez me alejo más de esos comportamientos extremos que rayan en lo soez, como esa procesión vociferante y grotesca que era un perfecto homenaje al mal gusto. Como las letras del rapero huido a Bélgica para no rendir cuentas a la justicia española. Letras transgresoras, sin sentido ni sensibilidad, que hacen un flaco servicio a la convivencia. Rozando el límite de lo legal, traspasando el límite del buen gusto, este rap del exceso a mí me parece un despropósito. Después de oír ‘Live in Prague’ de Hans Zimmer, esa murga machacona, con ambiciosas pretensiones de servicio social, es cualquier cosa menos música. Y sea o no delito, su mensaje me revuelve el estómago. Másteres, insumisos, raperos en lucha…, un empacho de revuelta actualidad, una afrenta a la estética que me empuja a cambiar de cadena. Y entonces…, la paz. El poeta García Montero, flamante director del Instituto Cervantes, habla en una entrevista de su vida, de su poesía, de los proyectos de su nuevo trabajo. Con buena prosa, con exquisito gusto, derrochando en su charla serena sentido y sensibilidad. Mensaje social, crítica constructiva sin ofensas…, un canto a la palabra, una bocanada de aire fresco. García Montero, que hizo su tesis doctoral sobre Alberti, me rescató del hastío y me elevó, como Zimmer, a cielos tangibles. La libertad de expresión no tiene que estar reñida con el buen gusto ni ser un canto a la intolerancia.
El verano se va inmerso en tormentas y yo acabo este artículo leyendo un verso de Montero que me regala el final: Se descalzan los días / para pasar de largo / sin que nos demos cuenta.