Geisha o el toque del shamisen

Artículo de Ramón Pérez

Geishas: la simple palabra posee un sinfín de connotaciones exóticas y sensuales. La literatura, el cine y el arte han tratado de reflejar de mil maneras su misterioso mundo, casi siempre logrando apenas vagas aproximaciones, contaminadas de mitos y tópicos. Esta novela gráfica, firmada por dos jóvenes valores de la viñeta en francés como Perrisin y Durieux, logra en cambio desvelar cómo era la vida de aquellas mujeres con enorme fidelidad y amor por el detalle, a través de las palabras que una de ellas va desgranando en clave de diario íntimo. 

Estamos en Japón, hacia 1912. La vida de Setsuko Tsudo, de ocho años, va a dar un vuelco inesperado cuando su familia decide abandonar el medio rural en el que han vivido hasta entonces para buscar fortuna en la gran ciudad. La situación se agrava cuando su padre, un viejo samurái venido a menos, deprimido y más aficionado a la bebida de lo recomendable, sufre el atropello de un tranvía que le hace perder una pierna y cualquier esperanza de encontrar trabajo. Es entonces cuando la madre se pone al servicio del dueño del hotel en el que se alojan provisionalmente, mientras que el padre vende a Setsuko a una casa de geishas muy reputada, la ‘okiya’ Tsushima. 

Allí, la jovencísima pupila será iniciada por la institutriz Okaa-San en todo tipo de disciplinas: caminar con elegancia, cuidar de todos y cada uno de sus gestos, conversar y guardar silencio, cantar, bailar… Y también a tocar el shamisen, ese instrumento tradicional de tres cuerdas que acompaña los cantos de las geishas, y para el que Setsuko parece especialmente dotada, que se convertirá en su refugio en sus muchos momentos de soledad y desconsuelo. El hecho de ser poco agraciada le permite a la muchacha retrasar la hora de enfrentarse a la selecta clientela de la okiya, pero nada podrá librarla de su destino. Todo ello hace de Geisha o el toque del shamisen un relato dramático y, a la vez, un emocionante testimonio de la lucha por la libertad y la independencia de una joven en una sociedad compleja, enormemente codificada. Una emancipación que curiosamente perseguirá a través de la música, revelando el verdadero significado de la palabra geisha: “Mujer que alcanza la excelencia en el arte”. 

Christian Pe­rri­sin, apasionado de Japón, ha sido ca­paz de plasmar en su texto toda una época del imperio del Sol Naciente y de retratar el alma de la heroína protagonista y su evolución con la delicadeza y la contención que caracteriza a esta cultura milenaria. Por su parte, Christian Durieux no se ha limitado a recrear figuras y paisajes, sino que ha querido suscitar en el lector todo tipo de impresiones sensoriales: el sol tibio filtrándose en los cerezos, la lluvia cayendo sobre los tejados, el tacto de la fina seda de los kimonos o la atmósfera de la ‘okiya’, entre otros muchos estímulos, son recreados con una virtuosa, sutilísima combinación de lápiz y carbón. El dibujante, confeso seguidor de Moebius y Tardi, también se inspira en esta ocasión en las fuentes clásicas de la pintura oriental para invitarnos a oler, oír, tocar, sentir las imágenes; para descorrer todos los biombos y abrirnos las puertas prohibidas, para sumergirnos en un tiempo y un país legendarios. 

Norma nos ofrece, de la mano de los autores mencionados, un conmovedor relato sobre uno de los referentes culturales más icónicos de Japon.