Carnaval, empatía, dudas y Cuerda...
Van llegando efluvios marítimos de la erizá y los sonidos de abejorros de los pitos ya se expanden por toda Andalucía. El carnaval, anónimo y con antifaz, está esperándonos a la vuelta de la esquina. El carnaval de Cádiz, claro está. No hay otro. Los demás son humildes e ingenuas imitaciones.
Llega la ironía y el doble sentido, el ingenioso juego de palabras, el humor gaditano y universal de las chirigotas. Y llega la empatía: la posibilidad de calzarse los zapatos de los otros. No hay en España mayor y profundo ejercicio de empatía como el que hacen los letristas de las chirigotas.
En este mundo de ideas fijas, de verdades absolutas e inmutables, de radicalismo rancio vía redes sociales, llega una chirigota, pongamos la del Selu, y te pone el mundo del revés en lo que canta un gallo, y te dice una cosa y la contraria, a la vez, sin un despeine. Recuerdo aquella chirigota del Selu en la que en un cuplé alababa hasta la exageración la figura de Aznar y en el siguiente, sin solución de continuidad, lo ponían, literalmente, a caer de un burro. No hay mayor ejercicio de empatía, ni de libertad. No hay manera más sabia de entender que en la vida no hay verdades sacrosantas que nos impelan a la sinrazón o a la violencia, o en menor medida, al desencuentro, a la falta de mesura y armonía o al odio ideológico.
El carnaval le quita hierro a nuestras firmes convicciones de un día o de una temporada. El carnaval dice sí y no, blanco y negro a un mismo tiempo. Y no pasa nada. Porque por encima de las ideas, el gaditano -con sangre liberal y guasona- sabe que lo que hay detrás de éstas es puro y duro ser humano. Detrás de las ideologías está la esencia de la persona. Y eso lo saben, como el padrenuestro, los autores carnavaleros.
En el carnaval y en sus autores no hay equidistancia –una palabra muy de moda entre los saboríos que piensan que hay que tomar partido por todo-. No hay equidistancia, pero como diría María Zambrano hay ecuanimidad.
El carnaval no cree contar ni cantar la verdad, por eso unas veces defiende a Aznar y otras lo maltrata. Porque el carnavalero lleva a cuestas una única verdad: la de ser persona humana. El carnavalero duda, duda de todo, como lo hacía el genio albaceteño (podría haber sido gaditano) del cine José Luis Cuerda que ha fallecido estos días pasados, quien decía: “Tengo mis dudas, a veces también tengo las de ustedes”.