Entender de política
Tengo la impresión de que los que menos entienden de política en este político mundo son los propios políticos. En el sentido de historia política y de las ideas. Si hiciéramos una rápida encuesta entre nuestros políticos nacionales y locales, de unos y de otros signos, descubriríamos que sus presupuestos ideológicos están cogidos con alfileres y que sus convicciones políticas se fundan en cuatro o cinco ideas muy básicas y estereotipadas. Otra cosa es entender de política en el sentido de entender de tácticas y estrategias, de saber regatear en el área pequeña y de tener los pícaros dones de la negociación y de los tratos. En esos quehaceres nuestros políticos ostentan matrículas de honor (o de deshonor). Y si por entender de política consideramos la capacidad de gestión y de organización son precisamente los políticos los que a más años luz se encuentran de la detentación de esas capacidades. ¿Por qué tener carisma, verborrea, habilidades de convencimiento a las masas, capacidades de vendedor de aspiradoras y capacidad de flotar en las procelosas y turbias aguas de un partido político se asocian, necesariamente, a la capacidad de gestión? Esta pregunta, sin respuesta, es uno de esos misterios insondables que acompañan, como el anillo al dedo, a la democracia.
De modo que la mayoría de los políticos ni saben de política ni entre sus atributos más felices se encuentran las facultades organizativas y de gestión. Entre otras cosas porque la gestión supone la clarividencia de adelantarse a los problemas, de tener previsión y de poner pie en pared antes de que las aguas nos lleguen al cuello. Y no hay nada más antipático a un político que la planificación y la construcción de cosas con tranquilidad y mesura. Poco puede gustarle a un político la visión más allá de sus narices cuando ellos viven con el corto horizonte de cuatro años. Gestionar para nuestros hijos o nuestros nietos les chirría mucho a los políticos, que trabajan solo por el aquí y por el ahora.
No sería descabellado que aquellos individuos que quieran comer de la política tuvieran que redactar un pequeño ensayo en el que expusieran sus ideas, su ideología y sus principios políticos de una manera más o menos profunda y fundamentada. Eso sería garantía de que los que se dediquen a la cosa pública saben de lo que hablan. Aunque tampoco eso sería prueba de su capacidad de gestión. Y es que ni la verborrea ni el conocimiento son promesa del bien hacer, del bien organizar ni del bien planificar. Y es que tampoco sería una barbaridad que aquellos que quieran lanzarse al ruedo de la política, previamente, demostraran su capacidad de gestión desarrollando una serie de prácticas no remuneradas en beneficio de la comunidad…
Ser político es cosa harto difícil. A la honradez y a la decencia (que tienen que venir incorporadas de fábrica) se le tienen que sumar el conocimiento político, un cierto conocimiento técnico, un amplio conocimiento de los problemas del lugar donde ejercen, una alta capacidad de gestión y organización, un don para priorizar y para saber separar el grano de la paja, una tendencia a conducir con las luces largas, habilidad para no dejarse seducir por los cantos de sirenas de las decenas de nuevos amigos que les saldrán y unas gotitas de sabiduría, prudencia y estoicismo para echar el rato. En fin, demasiadas cualidades, difíciles de encontrar, para tal número de ejercientes y de aspirantes.