La fe de los niños con zapatos nuevos

Columna de Salvador Gutiérrez

Chesterton decía que cuando no se cree en Dios, se termina creyendo en cualquier cosa. En época de Navidad es cuando comprobamos que esta sociedad rinde pleitesía a un nuevo y poderoso dios: el de la tecnología. Con Papá Noel y Reyes Magos desembarcan en nuestros hogares toneladas de máquinas y cacharros tecnológicos de todo tipo, con el propósito, supuestamente, de hacernos la vida más fácil. Los adultos del siglo XXI somos como niños con zapatos nuevos con nuestros juguetitos hipertecnológicos y andamos, estos días, como tontos y anestesiados intentando hacernos con los mandos de  nuestro último móvil. Un dios digital y técnico ha nacido estos días en cada uno de nuestros hogares; un dios en el que tenemos depositada nuestra fe más ciega.

Y es curioso ver cómo ese dios de la tecnología ha unido a todo tipo de personas, ideologías y naturalezas: siguen esa fe los de derechas y los de izquierdas, los conservadores y los liberales, los pobres (que nos empeñamos en que la brecha digital no nos pille en el otro lado) y los ricos. Le fe en la tecnología ha unido, por fin, a todos los hombres; hombres que más que nunca se comportan como niños.

La tecnología lo ha cambiado todo (y, en la mayoría de los casos, para bien) Sin ella, no seríamos lo que somos. Sin embargo, existe la idea de que fuera de ella no hay nada: un desierto polar, lleno de viento y frío, sin vida y sin futuro. Pero, todavía, fuera de las nuevas tecnologías hay vida; aún se pueden hacer cosas útiles con las manos; aún la vida analógica, sin redes sociales, la vida sin intermediarios técnicos, puede tener un sentido y un significado; la vida -real y simple- puede, incluso, reportarnos hasta algunas gotas de felicidad.

Suscribo las palabras del escritor Enzensberger en esta larga cita: “…Todos los medios hablan de la digitalización y predicen que todo ha de ser digital. ¡Abajo con el papel, es demasiado analógico! No estoy de acuerdo. Yo como analógicamente, duermo analógicamente… Este es un sistema analógico. La rodilla es analógica, la lengua no es un ordenador. ¡No hay que exagerar con lo digital, ni es la solución de todo!... ¿No te parece que se muere también analógicamente, no digitalmente?”.

Cuentan que Leonardo da Vinci no sabía ni latín ni griego. Esas dos lenguas eran la cúspide del saber en su época; nadie que no supiera latín o griego podía aspirar a ser vanguardia ni avanzadilla de conocimiento o creación; saber latín y griego era el pasaporte para ser ciudadano de primera. Leonardo, sin embargo, pudo crear una obra capital, en todos los sentidos, sin el conocimiento de aquellas herramientas. El latín y el griego eran nuestros lenguajes de programación de hoy. 

Si Leonardo se convirtió en el prototipo del sabio total sin dominar el lenguaje de su época, quizá sea posible, todavía, que haya un resquicio para poder saber, conocer, indagar, investigar y crear fuera de la iglesia oficial de la sacrosanta tecnología. Quizá todavía haya algunos luteros y calvinos que protesten y creen los dogmas de una nueva fe.

Mientras aparece un nuevo Leonardo, habrá que seguir quebrándonos la cabeza para saber cómo demonios funciona el iPhone 8, y tendremos que seguir rezándole a ese dios de la tecnología que tiene las respuestas para todo. Respuestas a unas preguntas cada vez más simples y ñoñas, claro.