McNamara versus Almodóvar
Columna de Salvador Gutiérrez
¡Viva Franco!: eso es lo que va pregonando a los cuatro vientos uno de los grandes iconos de la movida madrileña. McNamara se ha hecho franquista de brazo en alto y ultra católico de misa y rosario diario. Siendo postmoderno por un día, debo decir que me encanta.
Todos recordamos a aquellos dos personajes medio travestidos, subidos a un escenario, intentando cantar a duras penas, con gestos lascivos y con ademanes de mariquitas locas. Almodóvar y McNamara eran la libertad con medias y taconazos, eran el símbolo de la contracultura más radical, de la postmodernidad recién aterrizada en España.
Sin embargo, el tiempo ha pasado y McNamara ha cambiado los tacones por la camisa nueva y se ha ido al Valle de los Caídos a reivindicar la figura de Franco. Pero que nadie se lleve las manos a la cabeza: McNamara es fiel a sí mismo y a sus inclinaciones de siempre. Mientras que Almodóvar evolucionó y se dispuso a hacer arte a través del cine, McNamara siguió ejerciendo su oficio: el de provocador, el de moderno. Ser moderno es, y ha sido, para muchos y en muchas épocas, un fin en sí mismo. Desde finales del siglo XIX, ser moderno supone un fin y no un medio. Y McNamara lo tuvo siempre claro: seguir su camino natural, su vocación extrema por provocar y por ser políticamente incorrecto. Cuando todo lo que era excéntrico, raro e inaceptable en la España de principios de los ochenta, se ha convertido en el pan nuestro de cada día, en la normalidad más absoluta y aceptada por la gran mayoría, a postmodernos como McNamara, sólo les quedaba -para seguir teniendo vida, para seguir siendo coherentes, para seguir ejerciendo su vocación- el dar un cambio radical a sus planteamientos estéticos y a su estilo vital (no a su ideología, porque la postmodernidad no tiene ideología).
En una hipotética pugna entre las trayectorias de Almodóvar y McNamara, me quedo con la de este último, aunque sólo sea por coherencia y fidelidad a ese estilo de vida del que hablábamos más arriba. McNamara ha llevado hasta sus últimas consecuencias el ideario vacío de la postmodernidad: estar en contra de los pensamientos y sentimientos de la mayoría; ir en contra de lo aceptado y comprendido por ésta.
En la España más tolerante de toda Europa, en la madre patria del relativismo moral, ¿quién provoca ya siendo moderno al estilo de los Almodóvar y McNamara de la movida? McNamara, con fino olfato de provocador impenitente, supo ver el callejón sin salida en el que podía meterse y dio la vuelta a tiempo. Se reinventó. Y ahí está, provocando, alarmando a la mayoría, defendiendo lo que hoy nadie defiende. ¿Quién es más provocador hoy, McNamara o Almodóvar?
Estoy convencido de que McNamara no cree en los valores que ahora practica, igual que tampoco creía en los que defendió en los ochenta. Él sólo cree en oponerse a la media, en ir a la contra del pensamiento dominante. Esa es una de las esencias de la contracultura y la postmodernidad. Qué personaje más fiel a sí mismo. McNamara es el único y último moderno que queda en España. ¡Viva McNamara!