El nuevo hombre nacido con la Transición

Crítica de Salvador Gutiérrez a la novela Ciudad Libertad, del veleño Salvador Gómez Valdés

Salvador Gómez Valdés ha esperado a los aledaños de su jubilación para descargar, en forma creativa y literaria, todo lo aprendido tras largos años de lectura y relación con el mundo de las artes y las letras. Como los caballeros medievales, primero ha vivido y leído y, después, ha escrito. Tras su primer poemario, Herencia, nos sorprende ahora con una novela titulada Ciudad Libertad, una novela de formación en la que Ángel, una especie de alter ego del periodista, cuenta sus vivencias tras desplazarse desde Vélez-Málaga a Madrid, para estudiar en la Facultad de Ciencias de la Información, en el año 1974. En la novela se narra, de forma ágil, a base de anécdotas y rápidas pinceladas, el encuentro del joven con la libertad personal y los primeros pasos de un país en busca de su ansiada democracia.

En Ciudad Libertad se cuenta toda una época. A través de los ojos inmaduros e ingenuos del joven de pueblo, que se enfrenta por primera vez a la capital, a los estudios universitarios, a la soledad y a la búsqueda de la vida, se hace un repaso minucioso de la España previa e inmediatamente posterior a la muerte de Franco. Una época intensa que el autor ha sabido compendiar de forma magistral. Gómez Valdés ha creado un variado mosaico, un rico collage, a base de libros, escritores, canciones, cantantes, películas y directores de cine, para describir –como en un cuadro puntillista- aquella época vital para España. El gran acierto del autor veleño radica, precisamente, en licuar lo esencial de una época tan vasta y ofrecérselo al lector de manera diáfana, sin que por ello el relato pierda coherencia y unidad. Además, de poner a la cultura en el centro de la vida, como elemento que sirve para constituir de manera integral a un individuo y a una sociedad y como elemento insustituible para contarnos y describirnos a ese mismo individuo y a esa sociedad. Si algo nos deja claro esta novela es que la vida, en mayúscula, se puede contar, de manera muy efectiva, sólo a través de la cultura, de sus símbolos y de sus iconos.

A pesar de la agilidad con la que se suceden los temas que se tratan en la novela, cruzan la misma una serie de intensas reflexiones sobre las consecuencias de la acción social y política; sobre los radicalismos y sobre el valor de las democracias liberales. Ángel, a simple vista, es un ser anodino, moderado, más preocupado por obtener becas, por buscarse la vida, por conseguir un trabajo en el futuro que le permita escribir y leer, que por trasformar de forma activa y radical el mundo que lo rodea. Decía Borges que las personas nacen platónicas o aristotélicas, así que Ángel, en la novela (como gran lector del argentino), es un convencido aristotélico que huye de cualquier tipo de idealismo. En ese sentido, el protagonista es un personaje poco habitual, porque es una especie de anti-héroe. Ángel no es un romántico, ni un bohemio, ni un revolucionario, ni un artista, ni un enfant terrible, (no es el Umbral de Trilogía de Madrid, que llega a la capital para convertirse en un gran escritor y revolucionar la literatura). Es todo lo opuesto. “El arte está en función de la vida, no al contrario”, concluye casi al final del relato.

En Ángel hay raciocinio, prudencia, normalidad, contención y mesura. En el aspecto político, no cree en los totalitarismos ni, concretamente, en el supuesto paraíso comunista. Ángel es un personaje poco habitual, porque con él da el salto a la literatura el hijo del obrero, al que se le dan las herramientas para poder subir en la escalera social y económica y no duda en subirla. En el protagonista de Ciudad Libertad no hay épica. Pero hay una mirada nueva y cándida (la del hijo del pequeño comerciante de pueblo, “no éramos colegiales señoritos”, dice) con la que describe el mundo universitario y el de los prolegómenos de la Transición, algo que, hasta hacía poco, sólo quedaba reservado  a los escritores provenientes de capas más favorecidas de la sociedad. Es más, la novela es un canto a la democracia, como el único modelo que puede ayudar a la auténtica igualdad de oportunidades para todos e, incluso, es un canto a la socialdemocracia (Suecia, Olof Palme, el primer alcalde socialista de su pueblo…). El muchacho que estudia con becas, que cree en la libertad, que defiende la democracia, que se mete en algún que otro lio como activista (sin ser demasiado consciente), pero que no vive la revolución ni el cambio como la principal misión de su vida, se convertirá, con el tiempo, en el símbolo de un nuevo hombre-funcionario-trabajador-intelectual-artista que nacerá en España y que ayudará a su transformación en los tiempos de los gobiernos socialistas de Felipe González. Ángel, sin saberlo, desde su sentido práctico de la vida (primero los estudios, luego crear) será el símbolo de los retoños de los obreros que, en pocos años, ocuparán muchos de los puestos más destacados del Estado, en el mundo político, funcionarial, intelectual etc. Ángel es el prototipo de una especie de nueva clase social que nacerá en España en los años siguientes.

Desde una visión localista, el relato cuenta también el reverso de la vida pueblerina de su protagonista; el envés de la capital cuando regresa todos los veranos por vacaciones: el sosiego, el tiempo de reflexión de lo que se ha vivido y aprendido, ajetreadamente, en la capital y, también, las costumbres más arcaicas, a las que rechaza visceralmente y que serán, en parte, las que impedirán su regreso a su terruño de forma permanente, “la mirada estrecha y obsesivamente escrutadora de vecinos poco ilustrados”,  escribe. Nombres y personajes conocidos para sus paisanos asoman por las páginas del relato, donde también se saldan algunas cuentas pendientes (dar a conocer su implicación en el conocimiento que su pueblo tuvo de María Zambrano, una implicación que durante estos años ha pasado desapercibida) y una especie de limpia de mala conciencia al culparse, de alguna forma, de no haber hecho más por difundir la extraordinaria obra de su paisano, el pintor Francisco Hernández (un “Max Estrella”), desde su privilegiado altavoz mediático de Televisión Española. “Está claro que no supe ayudarle”, comenta en otro episodio. Porque cierta prevención en el trato con los demás, cierta hipersensibilidad, cierto temor a la envidia (también presente en su poemario), cierta incapacidad de relacionarse con los otros sin estar “atento”, sin ver “peligros”, se percibe en el protagonista de la novela. ¿Es el precio que tiene que pagar el hijo del obrero por avanzar social y culturalmente?

Y todo, contado con pinceladas, mediante ráfagas, con frases cortas, sencillas y claras, huyendo de cualquier barroquismo. El mismo protagonista reniega, en un momento del relato, de lo que él llama el “virus barroco”. Y es toda una declaración de intenciones de lo que parecen ser las primeras entregas literarias de Salvador Gómez: la sencillez de estilo y la mesura clásica en casi todos los aspectos.

Este es el relato del cambio de casa de España y de los españoles; de hecho, la familia del protagonista, paralelamente, también se muda de casa a una urbanización nueva y soleada. Ciudad Libertad es el relato de cómo España se mudó a la Urbanización Molino de Velasco. Y también es el relato de la historia de la que, probablemente, sea la generación más feliz y con más oportunidades de la España contemporánea, “porque imaginábamos el futuro entonces como una promesa de toda clase de posibles felicidades y plenitudes”, se dice en la novela.

Ciudad Libertad es un relato que se lee con facilidad y casi de un tirón. Una crónica de la historia de la España más reciente, contada con soltura  e incluso con cierta ingenuidad y didactismo. Porque al igual que no sabemos ante qué o quién sostiene Antonio Tabucchi sus argumentos en Sostiene Pereira, tampoco sabemos a quién le cuenta esta historia Salvador Gómez (porque a alguien, evidentemente, se la está contando: en el relato abundan las aclaraciones que sólo se le pueden hacer a un lector joven e inexperto). ¿Será a un joven ser querido? ¿Será a su hijo? ¿Será al Salvador Gómez de diecisiete años? ¿Será a la propia juventud perdida?

Carrera

Salvador Gómez Valdés (Vélez-Málaga 1957), es un periodista que ha dirigido el programa educativo La aventura del saber de La 2, de RTVE, desde 2007. Ha publicado el ensayo El lugar de la cultura en la programación de televisión (2020) y el poemario Herencia (2022). Su carrera profesional ha estado ligada siempre a la divulgación cultural y científica. Dirigió y presentó el programa sobre libros A pie de página en La 2 y antes, en Radio 3 Perfil del ruedo, por el que obtuvo el premio Atlántida a la promoción del libro