Quiero decepcionar
Nuevo año. Y nuevos propósitos. El mío: decepcionar. A cuantos más, mejor. Decepcionar, para no tener que ser esclavo de la imagen que doy a los demás; para no tener que repetirme; para que nadie espere de mí más de lo necesario.
Debo confesar que esta idea no es mía. Se la he copiado a Gabriel Orozco. Orozco es un artista mejicano cuyo principal objetivo en el arte es decepcionar. ¿Decepcionar a qué o a quién? Supongo que a sus seguidores, a sus marchantes, pero creo que en el fondo lo que intenta es decepcionarse a sí mismo, con el fin de buscar la tensión de la creación y de no quedarse medio somnoliento y anestesiado sobre la cubierta del yate de lo aceptado y comprendido.
Buscar nuevos caminos, nuevas expresiones, nuevos conceptos, nueva materia en el arte no se puede hacer desde los clichés de lo consabido ni alrededor del regocijo del artista con lo creado anteriormente ni con sus fórmulas de éxito.
Hay que huir de lo que ya sabes que va a gustar. Hay que huir a un terreno inexplorado y desconocido. Si el artista no quiere morir de éxito no deberá pasar la noche en el claro del bosque, tendrá que seguir avanzando hacia el interior del mismo. Pero avanzar también supone el riesgo de seguir encontrando arbustos silvestres y animales muy parecidos a otros que ya se encontraron previamente. Con el avance, con la penetración, se corre el riesgo de seguir atravesando siempre el mismo bosque.
Decepcionar, por tanto, es dar una vuelta más de tuerca; es no penetrar en el bosque; es salirse súbitamente de él. Es llamar a un helicóptero para que te saque de la espesura por los aires. Decepcionar es abandonar. Es provocar un incendio y quemar todos los árboles que te rodean.
Sólo así, dando un golpe brusco de timón, saliendo por peteneras y por la tangente, corriendo el riesgo de decepcionar a los que les gustaste con tu último poema, con tu último cuadro o con tu último artículo, se podrá seguir descubriendo otros espacios, otros lugares, algo medianamente nuevo que decir, que pintar o que escribir.
El arte del siglo XX subió a los altares la repetición. Warhol o Yayoi Kusama son los grandes exponentes del éxito que se consigue yendo siempre por el mismo camino.
En cualquier aspecto de la vida hay que tener el valor de cambiar el rumbo, con el consiguiente riesgo de no seguir gustando. Prefiero a los artistas que decepcionan a los que se repiten.
Desde este ‘Especialista en Generalidades’ quiero felicitar el nuevo año a todos los lectores de NOTICIAS 24, con el íntimo deseo de que este escrito les haya decepcionado profundamente.