Una historia futura

Columna de Salvador Gutiérrez

Imaginemos una sociedad futura, dentro de miles de años. Una sociedad donde reina la tecnología; y, a través de la participación ciudadana, la democracia ha llegado a su máximo de perfección. Lo que en su día fueron unas incipientes e ingenuas redes sociales, son ahora la esencia de la sociedad: todo es medido, analizado, influido y conformado por las redes. No hay actividad de la vida social o particular que no esté fiscalizada por la participación ciudadana a través de aquéllas. Todo se vota, se opina y se juzga en el momento. Pongamos un ejemplo: el maestro en el colegio puede que tenga que cambiar la orientación de la clase del día porque un padre o una madre, en ese instante, opina o cree que aquél no se está ajustando a las ideas o directrices de la mayoría de los componentes de la comunidad educativa. En esos días, los usuarios tendrán la llave y la clave para dirigir la actuación y el comportamiento de los actores de teatro, los presentadores de televisión, las dependientas del supermercado, los futbolistas, los escritores, los funcionarios y los bomberos. Todos serán vigilados y juzgados, en directo, en su quehacer diario. El actor tendrá que cambiar, en plena actuación, su interpretación de Hamlet porque a la mayoría del público no le gusta la manera en la que el actor ha encarado el personaje. Los aficionados y los hinchas del Real Madrid dictarán, en cada momento, las estrategias que el entrenador del equipo tendrá que adoptar.

Pero lo más inquietante de esa lejana sociedad, es que son los propios usuarios (alumnos, padres, hinchas, pacientes, administrados o público) los que deciden, en tiempo real, si los profesionales deben seguir en sus cargos en la medida en que hayan actuado de forma disconforme a sus criterios. El entrenador de fútbol será destituido, inmediatamente, durante el partido, si los aficionados consideran que su estrategia es demasiado defensiva; o la bailaora, expulsada en mitad del espectáculo, si la percepción del público no ve demasiada garra en sus taconeos.
En ese mundo futuro puede que llegue a ocurrir una historia tan surreal y exagerada como esta: 

El experto cirujano diagnosticó que el paciente que yacía en la mesa de operación tenía un ataque de apendicitis y que debía intervenir cuanto antes. El cirujano era un gran profesional; como cualquier especialista, se había equivocado en algunas ocasiones, pero nadie podía dudar de su pericia y de su profesionalidad. Antes de comenzar los preparativos de la intervención, el ordenador central del quirófano comenzó a reflejar las opiniones de los espectadores que la seguían en vivo. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos -no sabemos debido a qué criterios reales y objetivos- percibían que el paciente no tenía apendicitis, sino piedras en la vesícula, y que, por tanto, tendría que ser sometido a la extirpación de la misma. El cirujano, presionado por el dictamen de la mayoría tuvo, finalmente, que operar al paciente de la vesícula.

Días más tarde, el enfermo murió de peritonitis.

En fin, menos mal que esto es solo una distopía y que en la actualidad estas cosas no ocurren.