Abuelos
Cuando era niño y podía disfrutar de mis abuelos, tuve siempre la sensación de que eran personas dulces, cariñosas y que aparentaban ser felices, a pesar de algunos inconvenientes de la época.
Ellos llevaban una vida austera y sencilla y, a pesar del luto permanente (sobre todo de las abuelas) y de los estragos de una educación y vida a la antigua, con muchas privaciones y sacrificios, eran como una especie de refugio, de lugar de paz donde acudíamos para vivir nuestra infancia sin preocupaciones ni sobresaltos.
En mi adolescencia, ya sin esa compañía cariñosa y siempre dispuesta a complacernos, notaba como con la llegada del turismo extranjero y el boom desarrollista de la Costa del Sol, muchas personas venían a pasar sus vacaciones y, con ellos, traían nuevas formas de encarar la vida. Sus ropas, su mentalidad, sus costumbres, la música que escuchaban..., todo ello empezó a abrirnos los ojos a los jóvenes que nos estábamos abriendo a la vida en libertad después de una infame dictadura (por mucho que algunos quieran propagar el virus del revisionismo histórico replicando tesis franquistas ante una sociedad que no ha sido suficientemente vacunada en la escuela).
Estábamos al inicio de la Transición política y uno de mis primeros trabajos de fin de semana mientras estudiaba fue el de disc-jockey en la discoteca de un famoso hotel de una cadena norteamericana, cerca de Torremolinos. Allí acudían, principalmente, jubilados estadounidenses. Y me llamaba mucho la atención contemplar cómo esos mayores de la edad de mis abuelos se divertían y disfrutaban de la vida vistiendo de forma colorida, con el pelo teñido de colores, fumando, bebiendo y bailando al son de la música y sintiéndose jóvenes de espíritu, cosa impensable para los abuelos y abuelas del terreno en aquella época.
Cuando acababa el verano todo volvía a la “normalidad”. Después de la época estival, donde habíamos disfrutado de una especie de oasis vital y de libertad, con nuevas experiencias, músicas y sensaciones y pertrechados con muchas ganas de abrir nuevas ventanas de percepción del mundo, parecía que volvíamos al gris de la vida comedida, de algunas prohibiciones o “cosas mal vistas” en la vorágine de esa lucha por conseguir las libertades y los derechos arrebatados durante demasiados años.
La rueda de la vida gira y ahora muchos ocupamos el lugar en el que estuvieron antes nuestros abuelos y, a pesar de los cambios políticos y sociales de los últimos cincuenta años, intentamos seguir siendo ese remanso de paz y sabiduría para quienes sepan apreciarlo, sobre todo en estas fechas, porque para muchos la Navidad, antes, eran nuestros abuelos.
Este abuelo roquero que les escribe, que no ha perdido sus ganas de vivir, sus inquietudes y la visión de la vida que empezaron a iluminarme aquellos abuelos americanos de mi juventud, no se resigna al aburrimiento o la desidia, ni a esperar sentado que llegue la parca. Por eso, en estas fechas donde debería imperar el amor, la solidaridad, el reencuentro y la celebración festiva de la Navidad, y donde nos planteamos algunos deseos para el nuevo año, les comparto algunos de los míos y que he hecho llegar tanto a Papá Noel como a nuestros entrañables Reyes Magos.
Cuídense, tanto física como mental y espiritualmente. Sueñen y valoren todo lo que tienen, sobre todo esas pequeñas cosas a las que no solemos darle importancia y que son, a la postre, el pasaporte para nuestra felicidad cotidiana. No repliquen ni contesten cuando estén enfadados, ni hagan promesas cuando estén felices; tampoco tomen decisiones cuando estén tristes. Es mejor, casi siempre, tomarse las cosas con calma y no tener arrebatos, salvo que sea en defensa propia.
No se crean lo primero que oigan o lean, venga de quien venga, sin comprobarlo antes. Casi todo en esta vida es relativo (salvo el amor de los abuelos). No caigan en esa polarización interesada que algunos pretenden para beneficio partidario y pónganse, siempre, en el lugar del otro. Hoy por ti mañana por mí, como reza nuestro sabio refranero.
No se resignen ni conformen con las injusticias, ni con las guerras crueles y despiadadas que solo pretenden aniquilar al otro, al diferente, al que no comulga con ruedas de molino. Intenten ser ecuánimes y deseen a los demás lo mismo que deseamos para nosotros, despreciando al egoísmo y la envidia.
Y, sobre todo, recuerden a sus abuelos que seguro les están contemplando y deseando que sus nietos queridos sean, al menos, tan felices como lo eran ellos con su compañía. Feliz Navidad.