Mundo no escrito

Palabras de Italo Calvino: “Los actos de nuestra vida ya están clasificados, juzgados y comentados incluso antes de producirse. Vivimos en un mundo en el que todo ha sido ya leído antes incluso de empezar a existir”.

Sueña el no-nacido que viene a un mundo de felicidad porque escucha música desde el vientre de su madre. Sumergido en su pequeño mar confortable y seguro, ignora que le espera un mar tenebroso que engullirá su alma cuando vaya en pos de la supervivencia. Quién sabe si re­cordará entonces que la venturosa mú­si­ca que escuchaba per­tenecía a este mun­do o sólo era un eco procedente de algún lugar de la galaxia.

Música, un insólito e inexplicable elixir capaz de enfurecer o arrancar lágrimas al ser que nos habita, más desconocido aún de lo que se cree. Y es por ello que los alquimistas de los sonidos armónicos persiguen, de forma incesante y holística, la ‘piedra filosofal’ de la Música, la clave de bóveda de esa inmensurable ‘catedral’ sonora.

Hay quienes se complacen con melodías ligeras y endulzadas que hablan de amor. Otros, se adhieren a ritmos festivos del trópico para exhibir con su cuerpo contorsiones ‘desinhibidoras’, productoras de endorfinas que reduzcan el dolor, su dolor. También están los que saltan y vociferan con percusiones fabriles. En ocasiones, una versión jazzística e impecable de un éxito planetario reconocible, nos devuelve al mundo de lo posible y nos distancia del fragor. Hay situaciones en las que, de manera infame, a ciertas composiciones jazzísticas se las llama “música de ascensor”. Y, para cerrar este recuento inagotable, los que creemos que la Música es la auténtica alma mater del humanismo que nos concierne.

Es probable que las palabras de Italo Calvino de más arriba estuvieran aludiendo a lo repetitivo de nuestro transitar por el mundo, de lo reiterativo de las formas de vivir  y las nefastas consecuencias que generan; y se repiten sin fin.

Hace ya tiempo que los ricos mercaderes del mundo dejaron de pregonar naranjas y finas telas. También hace ya bastante tiempo que venden (y pregonan) libertad, futuro y felicidad: un coche inteligente, una casa inteligente, o un viaje vacacional a alguno de los extremos del planeta, también inteligente y feliz, en los que hallarás masificación, porque hay ‘gangas’ para todos los bolsillos. Pero es el futuro, sin duda, el bien más preciado y mejor publicitado en el bazar del mundo. Se ha creado el espejismo de pertenecer a un tiempo inequívocamente alejado del Paleo­lítico. A un paso están los coches voladores, y a unos cuantos más -tal vez- viajes organizados desde lejanías siderales para disfrutar de las ‘bondades’ de nuestro planeta. Con un dispositivo inteligente en las manos, sin duda se estará a la altura. Téngase en cuenta que ya somos ‘nautas’ bajo un cielo entretejido y tupido con ondas de toda índole. De ese tapiz forma parte la música a la velocidad de ‘lo quiero ya’, y una inteligencia confabulada que la compone y la envía al instante. Bien­venidos al futuro. Un futuro que queda obsoleto en cuanto completa una vuelta el minutero del reloj. 

Y no es que me sienta pesimista y rodeado de oscuras conspiraciones. Lo que ocurre es que tengo hartazgo de Edad Media.