domingo, 08 de septiembre de 2024 00:00h.

Mutaciones

¿Está nuestro mundo mutando del mirar al ver? Una de las voces que me habitan dice que no me haga demasiadas ilusiones.

Al mismo tiempo, otra -más sosegada-, me asegura que la probabilidad de que esto ocurra es totalmente fidedigna. No se inquieten. No es esquizofrenia. Si prestan la suficiente atención, comprobarán que esas voces nos habitan a todos. Son los distintos yoes que nos conforman deseando tomar las riendas a lo largo y ancho de nuestra exis­tencia en cada mo­mento y lugar. Cuan­do alguien ex­clama “es que yo soy así”, no debemos sa­car conclusiones precipitadas, sobre todo cuando observamos que una manifestación de euforia pasa, en un pestañeo, a convertirse en ‘lu­gu­brertad’. Los ejemplos son interminables. Otro misterio más. 

Que Haruki Murakami -con manifiesta erudición musical- me cuente en su penúltimo libro que no le gusta el grupo Genesis, no me impide que lo reescuche cuando me apetece. Esta música forma parte de una edad, de un instante en el camino en que empecé a descubrir, junto a otros músicos, el rock sinfónico. Un tiempo en que las nuevas músicas estaban bajo sospecha y sólo se nos ofrecía almíbar bienintencionado y bien vigilado, por si había subversiones ocultas. Cuando se alza la lupa oficial sobre la música, es que hay una mutación en perspectiva acompañada de miedo ancestral; miedo al silencio; miedo sin fundamento, porque: “El silencio es respeto; una buena melodía no aspira más que a dar ligeras pinceladas al silencio, a jugar con éste sin nunca perturbarlo”. Sabiduría manifiesta en Tren a la estación perdida, de Alfredo de Hoces. Este pensamiento me retrotrae a un texto anterior en el que, un servidor, proponía que se considerase ‘música’ a la materia oscura del cosmos, y que la Física actual se empeña en querer ‘ver’. Creo que se está acercando. De momento, sólo se tiene la sospecha de partículas con la función de aglomerar toda la materia existente en el universo, exactamente igual que la música. Lo creo firmemente. Casi todo lo demás se me antoja palabrería de vendedor de elixir para hacer crecer el pelo.

El nuevo telescopio espacial James Webb, ya presume de ofrecer imágenes del universo de hace mi­llones de años. Una mutación delirante en el concepto sobre el tiempo y el espacio. Desde estas recatadas líneas pido que, además del ojo, se ponga el oído. Me gustaría oír la música que sonaba entonces, cuando sólo éramos un proyecto de sueño. Y aunque ahora, más que un sueño nos parezca pesadilla, se trata de interferencias procedentes de los ínferos. Porque ahí la presión es al­ta. No pierdo la esperanza de que aparezca por esos entornos un agujero negro y los succione por siempre jamás. A ver si comprenden de una vez por todas que no los necesitamos. Le toca mover ficha a la galaxia; a veces es tan flemática...

A ver si el ingenioso James Webb nos envía buenas nuevas y lo podemos celebrar en todo el planeta.

Mientras haya artistas, habrá mundo. Mientras haya libros, habrá horizonte. Mientras haya plumas que dibujen la belleza con palabras o signos de pentagrama, la infinitud se llamará Música. Todos seremos más felices. 

Eso creo.