La risa
La risa es contagiosa; cuando se escucha una risa de verdad, es difícil no volver la cabeza para ver qué está pasando y girarnos ya dispuestos y preparados para secundarla.
La risa es contagiosa; cuando se escucha una risa de verdad, es difícil no volver la cabeza para ver qué está pasando y girarnos ya dispuestos y preparados para secundarla.
Este mundo alberga otros muchos. Como muñeca rusa, basta desenroscar un poco para toparte con otra realidad que aunque parezca la misma, no lo es.
Hace poco, me comentaba una amiga que la poesía es la chica fea de la literatura, de la que todos alaban sus virtudes, pero con la que nadie quiere salir. Estaba un poco decepcionada.
Creo que, en la historia de la humanidad, no hay un objeto tan preciado y tan maltratado a la vez como el libro. Tan amado y tan perseguido.
Me siento a escribir y miro desde la terraza este pequeño bosque del que me enorgullezco. Lo miro y admiro dejándome arrullar por el vaivén de sus ramas y el gorjeo de sus pájaros. Escucho a los mirlos y tórtolas, a los verderones y herrerillos, y me pregunto a dónde irán a beber, ahora que los aspersores se han quedado mudos y la rueda del agua no canta.
Pablo Milanés canta “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, y en seguida se me viene a la cabeza Violeta Parra, con su “volver a los diecisiete”.
Imagínense un pueblo a orillas del Mediterráneo. Un pueblo que guarda vestigios de civilizaciones remotas. Un pueblo que cuida como un tesoro la impronta arquitectónica, civil y religiosa, que ha ido albergando a lo largo de su historia.
Es la primavera, la esperanzadora, la que llega a nuestros sentidos casi de puntillas. Todavía el cuerpo no se ha despedido del invierno y una tarde cualquiera notamos que el aire ha cambiado, que trae el crepúsculo un aroma especial, que la brisa se endulza y entibia. Es la primavera, nos decimos sonriendo.
Elena Poniatowska, una de las más importantes escritoras mexicanas, Premio Cervantes 2013, pasaba un buen día junto a unos lavaderos públicos cuando escuchó hablar a Josefina Bohorquez.
Gira la Tierra sobre sí misma, derviche incansable, ofreciendo su danza permanente al Sol, al que se acerca y del que se aleja, en este espectáculo elíptico sin fin, al menos para nosotros, que somos de naturaleza infinitamente más precaria.
Hace meses que no veo a Fernando por el barrio. Es curioso cómo se echa de menos a ciertas personas.