Hace algunos años, una persona -amable y generosamente- me pidió un poema para publicarlo en un libro de segundo de la ESO. Es decir, que unos niños iban a mamar literatura, a adentrarse en el bosque de la poesía, a navegar por el ancho mar de la comprensión lectora con un poema mío: un poema inmaduro, mediocre y mal estructurado. La petición encajaba dentro de una idea global pedagógica que podríamos resumir de la siguiente forma: lo próximo, mejor que lo lejano; lo conocido, mejor que lo desconocido; lo actual, mejor que lo pasado; lo contemporáneo, mejor que lo clásico; lo sencillo, mejor que lo complicado; lo evidente y lo directo, mejor que lo misterioso. Esa idea de pedagogía se sigue manteniendo a día de hoy. Y los resultados son evidentes. A ningún informe PISA hay que acudir para darse cuenta de que ese sistema infantiloide, ese sistema en el que se le da papilla a los jóvenes en vez de comida, ese sistema de sucedáneos alimenticios, ha hecho agua por todos sus boquetes.