Un barco cargado de gustos

Columna de José Marcelo

“Sí. Gustos. Para gustos, colores. Hay tantos como personas en este mundo. Y no todo lo que vemos nos tiene que gustar”.
Este enunciado pertenece a la obra Cuando a Melilla llegó un barco cargado de gustos, cuyo autor es el profesor José Román Cortés Criado. En ella desarrolla la historia de aquel barco del refrán, arribando al puerto de Melilla. Este dicho, que se ha trasmitido oralmente, nos habla de los gustos y su variedad, siempre relacionado con Melilla o por similitud a cualquier ciudad portuaria.

José Román Cortés da cuerpo a ese dicho o refrán sobre la individualidad de los gustos, creando una historia con una sencillez extraordinaria para motivar al público infantil, y también al adulto, que no escapa de la curiosidad y de la enseñanza que trasmite. Para contarla utiliza el recurso de la transmisión oral entre generaciones, desde la abuela a la nieta. Recrea un escenario festivo, donde los ciudadanos melillenses acuden al barco para buscar y elegir cada uno su gusto. 

“Las cosas más bonitas, elegantes, finas..., que puedas imaginar, estaban en el barco. Todas ellas reflejaban el gusto de las personas que la seleccionaron y eso no quiere decir que pudiesen ser de tu agrado porque, como te comenté, sobre gustos no hay nada escrito”.

La verdad es que nos pasamos toda una vida buscando ese ‘gusto tan particular’ que nos identifica. No lo encontramos porque no está fuera. Como les ocurrió a los melillenses que buscaban su ‘gusto’, pero no lo encontraron, como expresa la abuela a la nieta: “Que quede claro que bajamos sin escoger nada de lo que nos mostraron, pero gusto teníamos, y si no, mírame, que creo que tengo algo de gusto, digo yo”.

Que los ‘gustos por las cosas’ son tan individuales que dan identidad personal. Cada persona tiene el suyo, sus gustos se convierten como las huellas dactilares que identifican a cada individuo. Razón para reconocernos que, individualmente, somos únicos; es decir nuestras diferencias conforman nuestra personalidad.

Y pensamos que, quizás, son esas diferencias las que perdemos o se difuminan en la socialización, porque adoptamos o nos identificamos con la del grupo social al que pertenecemos. Pero un grupo social que se precie, e incluso la sociedad se debe de distinguir por la incorporación de esas singularidades, las cuales la enriquecen. Porque una sociedad que no reconozca las diferencias de sus individuos está abocada a su desaparición o bien a un estado de conflicto entre sus miembros.
El sociólogo alemán Georg Simmel argumenta: “No hay una mirada sobre lo social sino tantas como experiencias que tienen los sujetos de su estar en sociedad. La vida social se asienta en la conciencia de estar en relación con otros, en las imágenes que tenemos de ellos y de nosotros mismos”. 

Ese ‘gusto singular’ que nos da identidad propia, así como nuestra mirada sobre lo social que contribuye a comprometernos socialmente, le dan sentido a la vida. Pero ni ese gusto singular ni esa mirada sobre lo social los encontraremos fuera, porque están en nuestro interior, en nuestra voluntad, en nuestra creatividad, en muestra actitud, en nuestra disposición para vivir.
Fue la razón porque “esa embarcación se volvió a marchar con todos los gustos. No dejó ni uno en la ciudad”.