Fósiles vivientes

José Manuel Molina Castro es licenciado en Bellas Artes en la especialidad de pintura. Graduado en Artes Aplicadas en las especialidades de esmaltes sobre metal, cerámica, dibujo publicitario, diseño y decoración.

El pasado mes de octubre presentó una exposición en Nerja, y actualmente sus cuadros están expuestos en el Museo de la ONCE, en Madrid.

La exposición, con el nombre Miradas, presenta una colección de cuadros con la temática del ‘mercadillo’ y las jábegas en el mar, (temática que es una constante en su pintura,) junto con bellísimos esmaltes. En ella, él demuestra su extraordinaria sensibilidad poética como creador. 

Una sensibilidad poética que posibilita su deseo de atrapar las miradas del mar. José Manuel Molina Castro se hace eco de las olas que golpean las jábegas y persiste en mostrar los reflejos luminosos de ese hondo espejo, que es el mar. Lugar donde él mismo se mira; dejando sus huellas en sus obras. Se despide del mar y camina hacia la plaza, atraído por las voces que pregonan los productos que se ofrecen a la venta: frutas, toda prenda para vestir, productos para potenciar la belleza... Queda en su retina otra nueva mirada vestida por el sol, y el aire que mueve con su brisa los telares azules y blancos. Telares que cubren las tiendas de los mercadillos, haciendo de techo. El paisaje, armonía tonal de colores; nacida de esa luz mediterránea que nos ciega el alma ¡es una fiesta de belleza y de amor! Y él lo va pintado sobre madera, y las espátulas van dejando sus huellas; creando unas texturas que invitan a tocarlas. ¡Tocadlas, cerrando los ojos como ciegos, y sentid este bellísimo paisaje de fósiles vivientes!

Fósiles vivientes son esas jábegas posadas sobre la arena y en el mar, esos mercadillos colocados al aire libre en las plazas de los pueblos. Me dice JM Molina que les da ese nombre por su eterna presencia en el tiempo. Son raíces muy vivas, de una cultura ancestral. Él, como poeta de la luz, se obsesiona con los reflejos y va a la búsqueda de la belleza; sabe que se le escapa si su mirada se distrae. Pero no se conforma, y como un niño que se divierte jugando, él se entretiene mirando cómo se mueve la luz sobre el agua, o cómo surge en el aire esa tonalidad de colores para nacer el paisaje. Interioriza esas vivencias, y nos las devuelve convertidas en miradas, que él deja reflejadas en sus cuadros. 

Están también esos objetos metálicos desechados, a los que les da vida cuando los cubre con esmaltes. Lo consigue, porque deja su corazón de niño en ellos; la belleza resurge. Él me insiste que la belleza hay que buscarla, porque, a veces, está muy escondida. Yo le contesto que es su amor de niño quien la encuentra.