La sentencia
Con vistas a evitar la reacción del constitucionalismo (exasperante para la carga emocional nacionalista, lo que nos llevaría a un estado de desconexión irreversible), la sentencia del Tribunal Supremo nos conmina a los españolitos a cerrar los ojos ante lo que está pasando en Cataluña. O a volver la vista atrás, o a mirar para otro lado que no sea el de afrontar de veras el golpe separatista. Si ya nuestros sucesivos gobiernos han venido haciendo la vista gorda en el asunto catalán, ahora (lo que nos faltaba) también la Justicia se pone de perfil con el veredicto del procés.
Lo de menos es que el Supremo haya optado por la sedición en vez de por la rebelión. Si así lo ha decidido, pues muy bien: se acata y punto. Lo que clama al cielo es que unos científicos del Derecho hayan tenido que recurrir a los poetas para dejarlo todo en agua de borrajas. Delirante (por afrentosa), la vuelta del revés dada al hecho golpista de proclamar la República Catalana para que parezca un simulacro o un sueño. A más a más, el incomprensible rechazo del Supremo a la demanda de la Fiscalía de que los procesados cumplan la mitad de las penas en prisión. Menudo regalito para Torra.
En suma: de la Semana Trágica de 1909 (verdadera insurrección en la que se formaron juntas revolucionarias que intentaron la República, se cortaron las líneas telegráficas y telefónicas y las vías de ferrocarril, y se incendiaron edificios religiosos), pasando por la proclamación de la República Catalana de 1934, a la ‘revolución de las sonrisas’. O viceversa: de la Revolución de las Sonrisas a la Semana Ardiente del fallo del procés, inspirada en el histórico anarquismo barcelonés.
Y colorín colorado, este cuento NO se ha acabado. ¿Hasta que reviente?