Evaristo Guerra y aquellas tardes de verano
En aquellos años de finales de los 90 y principios de los 2000 todavía existía una especie de estructura periodística sólida en la comarca. Eran los buenos años del urbanismo… En ese contexto pude emprender el camino de algo parecido al periodismo cultural. Luego, el camino se torció y acabó confluyendo con el de la política y ésta, ya se sabe, a algunos espíritus más sensibles acaba por conducirlos al precipicio. En mi caso, terminé odiando el periodismo, la política, a los periodistas y a los políticos. Hay que estar hecho de una pasta especial -que yo no tengo, que yo nunca tuve- para bregar con los políticos…
Recuerdo especialmente uno de aquellos veranos cuando, como un señorito de capital, ejercí el periodismo cultural. Por mi vida y por mi pluma pasaron gente como Agustín García Calvo, Cristóbal Toral, Antonio Canales, Montserrat Caballé, Antonio Montiel, Manuel Alcántara…
Fue una tarde cálida de julio cuando fui a la inauguración de la exposición de Evaristo Guerra en la Casa Fuerte de Bezmiliana, abarrotada hasta la bandera. Allí pude entablar, de nuevo, conversación con Alcántara y, como gran seguidor de Guerra, entrevistar al recientemente fallecido Arturo Fernández, quien me aseguró que tenía una buena colección de cuadros del veleño y que era uno de sus pintores favoritos.
Como todo el mundo sabe, en una inauguración se hace de todo menos ver arte, así que decidí pasarme otro día y en soledad contemplar la obra de Evaristo Guerra: desde pequeño me habían atraído esos paisajes del realismo mágico de Evaristo pero, sobre todo, me habían subyugado esos atardeceres crepusculares. Nadie como Evaristo ha sabido ver el misterio que plantean los atardeceres en esta tierra del sur. Y nadie como él ha sabido utilizar la gradación de lilas para trasladarnos ese misterio.
El otro día se inauguró otra exitosa muestra de Evaristo en Bezmiliana (esta vez, tristemente, sin Alcántara y sin Arturo). Yo no fui. Los años relacionándome con la política y los políticos me han hecho padecer algo así como una especie de agorafobia. No obstante, por las fotos de las redes sociales, veo a un Evaristo en plena madurez, sabiéndose creador, sabiéndose portador de una voz inconfundible.
Puede que una de estas tardes, con la fresquita, vaya a la sala de exposiciones y espero que en la soledad más absoluta pueda seguir sumergiéndome en esa tierra de ensueño que Evaristo ha creado: una tierra sin sudor, plácida y hedonista. Puede que esa tarde evoque aquella época en que, gracias a las corruptelas de los políticos y los empresarios de la comarca, pude ganarme la vida escribiendo sobre cultura y arte, eso, como los señoritos de capital.
Ay, fueron tiempos extrañamente mágicos, como los lienzos de Evaristo.