Evaristo Guerra y el Danubio azul
Columna de Margarita García-Galán
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A Pilar
La primera vez que la oí fue una tarde lluviosa de hace ya muchos años. Alguien, amante como yo de la música, me dijo que me sentara sin prisa en un lugar tranquilo y silencioso y me abandonara a su música, a la desgarrada historia de amor de Madama Butterfly. Con los oídos poco acostumbrados a la ópera; con el corazón receptivo a la belleza, acostumbrado a latir al son de todo aquello que hace vibrar, sentada en mi sofá y mirando la lluvia mansa que resbalaba por los cristales de mi ventana, sola y expectante me dispuse a vivir un desamor. A morir de amor con Butterfly.
Durante algún tiempo frecuenté su encanto, la placidez de un lugar emblemático de la ciudad luminosa que vio crecer mis trenzas en esos primeros años donde todo está por llegar, donde el vértigo te envuelve, donde soñar es lo importante, lo primero. Lo único.
Una peculiar estampa de Felipe II a lomos de la fantasía de un caballo singular, que mezcla lo clásico y lo moderno sin perder frescura ni romper la estética, entre flores, paisajes y monumentos, el pintor Antonio Hidalgo ilustra, a todo color, sobre el característico azul que identifica a esta colección, la portada del nuevo libro del historiador veleño Francisco Montoro, perteneciente a la colección ‘Reflexiones’ de Libros de la Axarquía. Viajeros en Vélez-Málaga nos invita a viajar por sus páginas para conocer lo que vieron y sintieron en distintas épocas los viajeros que llegaron alguna vez a este acogedor rincón de la Axarquía que nos ve vivir.
En la Sala del Exilio del Palacio de Beniel, bajo un pensamiento hermoso de María Zambrano, se presentaba el nuevo libro de Joaquín Lobato. Una vez más, esos amigos que miman su recuerdo, y el Área de Cultura veleño, lo hacían posible. Cuadernos de la Romería y la Feria veía la luz en mayo, “cuando el delirio y la luz surgen”. Una voz flamenca y una guitarra con duende abrían el acto llenando el aire con sones de malagueña; bailaban los flecos del pañuelo rojo de la cantaora, al compás del suave taconeo que seguía el embrujo de la guitarra. La tarde de mayo empezaba de la mejor manera. Música y amigos en un entorno amable, alrededor de un sentimiento común: el recuerdo entrañable de Joaquín Lobato.
La televisión ofrecía uno de esos animados debates que descarnan la actualidad en un programa de tarde, donde analistas, políticos y periodistas repasaban las novedades de esa trama corrupta que parece no tener fin.
Tenía tres años cuando se cruzó en mi camino. El pequeño caniche, con mezcla de grifón, llevaba nueve días andando por carreteras y campos hostiles, intentando volver a la que él creía que era su casa. Blanco, fuerte, vivaracho, con unos ojillos negros que hablaban solos, el perrillo, que tenía un futuro más que incierto, avanzaba contra el viento y la marea, contra el frío, el hambre y la adversidad, peleando con fuerza contra el desamparo. Tenía unas enormes ganas de vivir.
El cartero, que siempre llama dos veces, ha venido a casa esta mañana. También estuvo ayer, pero yo estaba recorriendo las calles de Málaga, bebiéndome el sol del mediodía, tan aconsejable para el ánimo y para fijar la vitamina D. Dieta mediterránea, poca sal, poco azúcar y caminar al menos una hora diaria -dice mi médico-. Pasear es un placer sano, una eficaz medicina que no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios, salvo ese cansancio perezoso que te invita después a abandonarte en el sofá.
Oigo cantar a Enrique Urquijo un verso hecho canción: Aunque tú no lo sepas me he inventado tu nombre / me drogué con promesas y he dormido en los coches... Es de Luis García Montero, a quien dediqué entre atardeceres mi anterior artículo. Un grandísimo poeta que entretiene últimamente mucho de mi tiempo de lectura. ‘Aunque tú no lo sepas’ es también el título del documental que acabo de ver en Málaga, en el Centro Cultural María Victoria Atencia. Fue por casualidad que me enteré de este acto, y fui sin dudar a ponerle cara al poeta que me hablaba tanto y tan bien desde las páginas de un libro.